"Algo cambió en su mirada. La veíamos más triste, no tenía la misma alegría de siempre, estaba como más apática. Diferente. Un día le vimos esconder comida. Y empezó de repente, a hacer mucho ejercicio. Algo pasaba", cuentan María y Juan (nombres ficticios), padres de una niña de 14 años, diagnosticada de un trastorno alimenticio, de un trastorno de la conducta alimentaria (TCA), hace tan sólo un año. En plena pandemia. Cuando apenas asomaba a la adolescencia.

Buscaron enseguida ayuda profesional, no pasaron ni 2 meses, pero el camino que recorrieron hasta dar con los profesionales adecuados no fue nada fácil. "Sin duda de esto se sale. Se puede salir, pero con la ayuda adecuada. Es importante rodearte de profesionales especializados en conducta alimentaria", afirman María y Juan a laSexta, a través de una conversación telefónica, insistiendo mucho en esto: "No vale cualquiera, tienen que ser especialistas en esto".

Como ellos, miles de madres y padres viven en España con un hijo o una hija con un trastorno alimenticio, agravados por la pandemia del COVID-19. Alrededor de 400.000 personas en España sufren un trastorno de la conducta Alimentaria (TCA), los más conocidos: la anorexia y la bulimia; siendo la gran mayoría adolescentes.

"Los trastornos de la conducta alimentaria son trastornos psicológicos, están dentro de las patologías de la salud mental, y tiene que ver con alteraciones graves de la conducta alimentaria, bien por exceso o por restricción, con una insatisfacción corporal y un miedo intenso a engordar", explica Robin Rica, psicólogo y director de la Unidad de Trastornos de la Alimentación del Instituto Centta de Madrid (centro especializado en estos trastornos). Sin duda, es la insatisfacción corporal el aspecto principal o característico de estos trastornos. “Esto es, como no me siento bien, hago cosas extremas para cambiarlo”, añade el experto.

Los trastornos de la conducta alimentaria son trastornos psicológicos que tienen que ver con alteraciones graves de la conducta alimentaria (bien por exceso o por restricciones), con una insatisfacción corporal y con un miedo intenso a engordar

Robin Rica, psicólogo

La pandemia ha aumentado y agravado estas conductas en los adolescentes. "En la actualidad se detectan más casos porque hay más sensibilización, más conciencia, hace 30-40 años los propios médicos podían minimizar el problema, pero ahora se habla de ello, y por tanto, se registran más casos. El perfil mayoritario sigue siendo el adolescente", añade.

Pero desde la pandemia, "se está observando un incremento de la demanda de servicio, con más gravedad en los casos y además, cada vez más jóvenes, de hasta 9-10 años. Pero es una enfermedad que puede aparecer o despuntar también más tarde", explica Rica.

La hija de Sara (nombre ficticio) también empezó con su trastorno de alimentación en esta pandemia, en pleno confinamiento, cuando tenía 15 años. “Fue en la cuarentena: empezó a hacer mucho ejercicio, a comer más sano, a interesarse más por la comida saludable y así, poco a poco… Meses más tarde, vi que empezaba a restringir cada vez más la comida. Yo nunca pensé que mi hija pudiera tener un problema de este tipo, pues tenía un carácter muy fuerte y resistente, pero lo cierto es que nadie está a salvo de esta enfermedad”, cuenta Sara casi dos años después de todo aquel comienzo, en aquella cuarentena.

"Ella misma fue quien pidió ayuda. Me dijo mamá: vamos a un psicólogo". Y no hay que esconderse de nada, "no hay que avergonzarse, porque son cosas que pueden pasarle a cualquiera. En su clase, había otros 4 casos más", cuenta Sara. Lo cierto es que no podemos mirar hacia otro lado, que los problemas están ahí, y que cuanto antes se detecten mejor. Como dice Sara, "es importante buscar ayuda cuanto antes e ir a sitios especializados", insiste también ella, al igual que María y Juan. Y una cosa muy importante: "Nunca, nunca obligarles a comer, no vas a conseguir absolutamente nada", dice Sara.

Señales de alarma: cómo detectarlas

Las familias, los padres o adultos de referencia pueden detectar el problema, de hecho suelen ser las familias quienes dan esa voz de alarma, quienes notan esos cambios. Porque lo tiene que haber es un cambio: cambios relacionados con la comida pero también cambios relacionados con el aspecto social y emocional.

"Lo importante es que hay un cambio: la clave está en detectar los cambios en el comportamiento y en el carácter de nuestros hijos", explica Rica. Por ejemplo, si de repente nuestros hijos/as empiezan a estar más tristes, si tienen cambios de humor o de comportamiento que antes no existían.

Hay que observar cambios. Cambios en su conducta (si están más tristes, si hay cambios de humor...) y cambios relacionados con la comida: si comen menos, si de repente ya no comen algo que les gustaba mucho...

Y también claro está, cambios relacionados con la comida. Tal como explica el experto, si empiezan a comer menos, a restringir comidas o si de repente algo que les gustaba mucho ya no les gusta nada. Y no lo come nunca. O si empiezan por ejemplo, a comprar yogures 0,0% cuando antes los compraba o los quería normales, si mira la tabla nutricional... Y que sean cada vez más rígidos o estrictos en este tipo de comportamientos. Que no sean flexibles. "Siempre decimos que salud es flexibilidad y patología rigidez", afirma el experto. Realmente -apunta- esto es una enfermedad del miedo: "Me da miedo comer porque me da miedo lo que me pasa si como".

"Es ver que tu hija no tiene la misma conducta, que no es una conducta típica de adolescente, es la mirada. Es la tristeza que tenía en la cara, la forma de vestir. No sólo ya la comida. Es todo. Cuando hay cambios es significativo de algo", cuentan María y Juan. Todas estas cosas son relevantes, son señales de que algo no va bien. "Nosotros es cierto que preguntamos pronto a una psicóloga conocida y de referencia (una psicóloga generalista) pero preferíamos que nos dijeran: no pasa nada, a agravar el problema. En este caso, sí pasaba".

¿Cómo podemos ayudarles?

Sí, es importante hablar con ellos, preguntarles. No dejarlo pasar. No minimizar el problema. Si hay algo raro, algo que "os chirría" en vuestros hijos, es mejor hablarlo. Pero no de cualquier manera. Para que haya éxito, en estos casos, es importante abordar el tema desde la duda, no desde la imposición o la verdad. Tal como aconseja Rica, es mejor hablar desde la percepción y desde la sensación.

Esto es, no decirle: tú comes menos, tú tienes un problema, tú.... No, es mejor abordar el problema de este otro modo: "He notado cambios me da la sensación que estás comiendo menos, de que estás más triste, ¿ocurre algo? Puedo estar equivocada. Es mi sensación". De lo contrario, apunta el experto, "los adolescentes se ponen a la defensiva, mientras que si planteas la conversación desde la sensación, ésta no es cuestionable, porque son sólo sensaciones o percepciones".

Es importante hablar con nuestros hijos, abordar el tema desde la duda, no desde la imposición. Es clave buscar ayuda especializada cuanto antes. Para que el problema no se agudice.

"Nosotros cuando vimos esos cambios en nuestra hija, le preguntamos, hablamos con ella e incluso ella misma nos llegó a decir que no sabía qué le pasaba, que necesitaba ayuda", cuentan María y Juan. "Luego ya empezó a estar menos receptiva, cuando la enfermedad se agudizó, pero al principio no fue así".

Tanto María y Juan como Sara recorrieron con sus hijas varios profesionales sin éxito hasta dar con los especialistas adecuados (en este caso, claro, en el Instituto Centta). Y todos insisten en la importancia de buscar ayuda cuanto antes, para que el problema no se agudice, pero buscar ayuda en expertos en conducta alimentaria. En tener un equipo especializado que también asesore a las familias, que les enseñe cómo vivir y convivir con una enfermedad como ésta dentro de casa.

"Esto al final es un trabajo de equipo. "Un juego que sólo se gana si es en equipo y es importante que las familias estén implicadas en el tratamiento. Cuando hay un buen equipo de profesionales pero las familias no están presentes, las tasas de éxito son más bajas. Es importante que al menos tengan un contacto frecuente con el equipo de profesionales", sostiene Rica. "Hay que tener mucha paciencia, mucha. Y acompañar. Y escuchar", aconsejan María y Juan. "Estar con ellos y apoyarles mucho. Eso es, apoyarles mucho", finaliza Sara.