¿Víctima o verdugo? Es la primera pregunta que alguien se hace cuando se adentra en la historia de Milena Quaglini. Pero ella fue las dos cosas. De hecho, quizás, ser víctima la convirtió en una de las pocas asesinas en serie de la historia de Italia.

La asesina de hombres violentos

Antes de morir ahorcada en su celda de la cárcel de Vigevano (cerca de Milán), Quaglini confesó tres asesinatos. El primero, el de su segundo marido, Mario Fogli. Harta de que tratara mal al hijo que tuvo en su primer matrimonio, de las peleas, los malos tratos y las violaciones, un día decidió darle un escarmiento: lo ató con la cuerda de una persiana y apretó hasta que Fogli murió.

Después, escondió el cuerpo en el balcón de su casa, de tal forma que ni los vecinos ni sus otras dos hijas pequeñas, que en el momento del crimen estaban en la vivienda, pudieran verlo. Poco después, llamó a los carabinieri para confesar lo que había hecho: "He matado a mi marido", se limitó a decir con frialdad. Su abogada consiguió limitar su condena a seis años y que, además, la cumpliera en régimen abierto. Al fin y al cabo, era fácil demostrar que Milena Quaglini había actuado en defensa propia: era él o terminaría siendo ella.

Antes de morir ahorcada, Milena Quaglini confesó tres asesinatos

Pero la italiana no solo reconoció haber matado a Fogli sino que, además, confesó que él no había sido el primero. Algunos meses antes empezó a trabajar en casa de un anciano de 80 años, Giusto della Pozza. Pero de "justo" (que es lo que significa Giusto) no tenía nada: tras prestarle dos mil liras italianas para que regalara una moto a su hijo, se sintió con derecho a violarla para cobrarse el préstamo.

Pero Milena reaccionó: cogió una lámpara y se la estampó en la cabeza. Lo dejó tirado en el suelo, gravemente herido, y se fue, esperando a que muriera. Al poco, Milena regresó a la casa y simuló que el hombre había sido víctima de un robo. En su momento, la policía la creyó y, cuando confesó el crimen, su abogada, Licia Carla Sardo, volvió a alegar lo mismo: la mujer había actuado en defensa propia. De este asesinato se libró.

Su familia, con la que tenía una relación bastante tormentosa, le dio de lado tras enterarse de que era una asesina. No tenía dinero ni sitio a donde ir, así que, cuando salió de la cárcel por asesinar a Fogli le tocó deambular por el norte de Italia buscándose la forma de sobrevivir. Un día leyó un anuncio en un periódico: "50 años. Dinámico, divorciado, esbelto, casa propia. Busco pareja sociable, máximo cincuenta años. Para amistad, convivencia... y lo que surja".

Su familia, con la que tenía una relación bastante tormentosa, le dio de lado

El anuncio lo firmaba Angelo Porrello, un hombre que acababa de salir de prisión por abusar sexualmente de sus tres hijas menores. Milena respondió y se fue a vivir con él. Y lo que surgió, tal y como decía su anuncio, era que, al poco tiempo, Porrello intentó violarla. No una, sino dos veces. Ella no se resistió. Aguantó y, cuando el pederasta terminó, Quaglini se fue a la cocina con la excusa de prepararle un café, que edulcoró con una dosis suficiente de somníferos como para matarlo. El cuerpo lo escondió en un estercolero.

El libro que reconstruye la historia

Tres muertes a su espalda eran demasiadas. Milena, que esta vez había ingresado voluntariamente en prisión, estaba segura de que sería condenada a cadena perpetua. Ningún perito psiquiátrico quiso darle por loca, ni reflejar que había cometido sus crímenes en un estado de enajenación mental transitoria a pesar de que ella, cuando hablaba de los mismos, los relataba en tercera persona.

El miedo a esa pena la atormentaba, pero no tanto como el hecho de no volver a ver a sus tres hijos. Así que, sin esperar al resultado del juicio, Quaglini decidió colgarse de una sábana en su celda. Lo hizo sin un ápice de arrepentimiento, y sin confesar la autoría de otras posibles víctimas, todas ellas con el mismo perfil.

Un libro, Milena Q. Asesina de hombres violentos , recoge ahora su historia. Basándose en documentos reales y en entrevistas con su abogada, Elisa Giobbi construye un testimonio desde el punto de vista de Milena Quaglini, la mujer que se propuso matar a todos los hombres malos.