Mirándole la cara, uno pensaría que estamos ante uno de los hombres más amables de Finlandia. Su aspecto risueño, su corta estatura, su complexión fuerte hacía de él una persona agradable a la vista, pero un espectador inocente jamás adivinaría las enormes habilidades que poseía el bueno de Simo Häyhä.

Solo observando su fotografía completa entenderemos esta historia. La imagen de un soldado vestido absolutamente de blanco, armado con un fusil, bastante paciencia y mucha, muchísima puntería.

La Guerra de Invierno

El 30 de noviembre de 1939 Stalin decidió invadir Finlandia. "Pan comido", pensó. Y no le faltaba razón. El joven país nórdico era pequeño, estaba mal organizado militarmente, con un ejército de risa compuesto por reservistas, ganaderos y campesinos que jamás habían visto un arma de cerca.

No cuenta Stalin con la astucia del pueblo finés y su valor a la hora de defender su recién creado país

Pero no cuenta Stalin con la astucia del pueblo finés y su pasión y valentía a la hora de defender su recién creado país, tan solo 22 años antes. Conocedores del terreno, los finlandeses supieron esconderse entre la nieve vestidos de blanco mejor que los soviéticos, cuyos uniformes y tanques les hacían visibles a kilómetros.

Si le sumamos a eso las dotes que muchos de ellos tenían para la caza y que reconvirtieron en guerra de guerrillas, lo que iba a ser una invasión rápida se convirtió en un conflicto que duró 105 días, hasta principios de marzo de 1940, un período conocido como la Guerra de Invierno.

La Muerte Blanca

Y si aquella desigual batalla duró mucho más de lo que preveían en Moscú, fue en buena parte gracias a nuestro pequeño gran hombre, Simo Häyhä. Hábil cazador desde niño, sabía permanecer horas sin moverse, disparaba sin mirilla para que el sol no se reflejara en ella y cubierto de nieve se volvía casi invisible sobre el terreno. Su efectividad y discreción le valieron el apodo de la Muerte Blanca entre las filas soviéticas.

De cada uno de los errores de sus enemigos aprendía. Si el vaho de un ruso delataba su posición, él masticaba bolas de nieve para que no le pasara lo mismo. Si el sol salpicaba destellos de los fusiles soviéticos, él embadurnaba el suyo con ceniza para evitarlo.

Así, apostado en mitad de los bosques finlandeses, él solito acabó con más de cinco soviéticos al día, más de quinientos en total. Y no fueron más porque un proyectil le alcanzó la cara y le dejó en coma hasta el final de la guerra.

Despertó siendo todo un héroe, uno de los personajes más increíbles e icónicos de la Segunda Guerra Mundial, sobre el que se han hecho películas y se han escrito páginas y páginas. Las últimas son Los guerreros del invierno, una novela publicada en Francia donde ya se han vendido más de 300.000 ejemplares.

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