Paseaba un día con su hijo por Hoyo de Manzanares, en los alrededores de Madrid, cuando Aroa Moreno Durán escuchó unos disparos. El sonido retumbó en la cuenca de granito que los rodeaba, como si los ecos del pasado aún vivieran allí.
Al regresar a casa comenzó a indagar sobre la historia de esa tierra aparentemente silenciosa, y descubrió que en el cercano campo de tiro había ocurrido, apenas unos decenios atrás, el último fusilamiento del franquismo: los de Xosé Humberto Baena, José Luis Sánchez Bravo y Ramón García Sanz, militantes del FRAP condenados —sin pruebas— en juicios sumarísimos que hoy han sido declarados nulos.
"El Papa Pablo VI llamó tres veces a Franco pidiendo clemencia"
Ese hallazgo fue casi una epifanía para ella. Esa misma tarde le encargaron escribir para un medio una carta dirigida a un joven imaginario, que en los años setenta hubiera militado en el FRAP. "De pronto me conecté casi geográficamente y emocionalmente con un año muy importante para el devenir posterior de nuestro país", nos recuerda hoy en el mismo lugar en el que paseaba aquel día.
Se dio cuenta de que su propio territorio, su caminar cotidiano, estaban entrelazados con un año clave para el destino del país: 1975, año en que un dictador moribundo quiso proyectar firmeza hasta su último aliento.
Clamando clemencia
Las ejecuciones del 27 de septiembre de ese año, lejos de apuntalar al régimen, se convirtieron en un grito abierto de injusticia que recorrió Europa entera: desde las calles de Lisboa hasta los parlamentos centroeuropeos, se clamó clemencia para aquellos condenados. Pocos saben hoy que incluso "el Papa Pablo VI llamó tres veces a Franco solicitando suspender las ejecuciones", cuenta la periodista y, además, añade que "la tercera vez obtuvo de él una respuesta seca: Que no me moleste más, me voy a dormir".
Los discursos oficiales intentaron presentar esos fusilamientos como actos de "orden y justicia militar", pero la realidad era otra: juicios sin garantías, confesiones obtenidas bajo tortura, ausencia de pruebas contundentes. En el caso de Baena, por ejemplo, sus familiares mantuvieron que en el momento del atentado que se le imputaba él se encontraba en Portugal. Aun así, los tribunales militares le aplicaron la pena de muerte junto a Sánchez Bravo y García Sanz, sin que los procesos fueran más que simulacros de justicia.
Almas olvidadas
Pero el verdadero daño no fue solo la muerte: fue el silenciamiento posterior. En Hoyo de Manzanares, asegura Aroa Moreno Durán, "si preguntas, hay mucha gente que tiene confusión: saben que mataron gente, que hubo una fuerte presencia policial, pero no conocen la historia con sus nombres y fechas". Frente a eso, dice, textos como Mañana matarán a Daniel actúan como antídotos contra el olvido.
"Hay quien sabe que mataron a gente, pero no sabe cuál es la historia"
Finalmente, Aroa cerró aquella carta a un miembro del FRAP invitándolo a mirar al presente con humildad: a reconocer que la violencia política puede tener razones, pero nunca puede tener justificación absoluta. Que nuestra democracia hereda un pasado ensangrentado que aún exige justicia simbólica. Que el olvido colectivo es otra forma de asesinato.
Y le pidió, por último, que permita que esos nombres —Baena, Sánchez Bravo, García Sanz— vivan, que regresen como memoria activa, no como ceniza. Porque contra la muerte poco se puede hacer, pero contra el olvido podemos luchar con palabras, con relatos, con resistencias.
Así, en ese paisaje mineral y silencioso de Hoyo de Manzanares, resuena hoy no solo el eco de aquellas balas, sino el latido insistente de una memoria que se resiste a morir.
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