La antigua Yugoslavia estaba unida por un frágil cordón umbilical. En 1990 ese hilo matricial se partió en muchos pedazos. Uno de los detonadores tenia forma de balón de fútbol. Croacia, Bosnia y Eslovenia querían ser independientes. Serbia no. En medio de todo, un partido: El Dinamo de Zagreb croata contra el Estrella Roja de Belgrado, serbio. Aquel día se prendió la mecha de la guerra de los Balcanes.

"Las posiciones eran irreconciliables"

El ambiente ya estaba caldeado de antemano. Unos meses antes del partido, hubo elecciones en toda Yugoslavia. En Croacia, Eslovenia y Bosnia ganaron partidos independentistas que abogaban por la ruptura. Por el contrario, en Serbia no tenían esas mismas intenciones. Miguel Hernández García, autor de 'El ocaso de la épica', ha vivido dos años en Serbia y ha podido empaparse de todo lo que ocurrió entonces. De ahí viene la inspiración para escribir este libro.

"Las posiciones eran irreconciliables", asegura, y ese partido fue "una excusa para que lo fuera de una manera formal. Igual que en otras guerras hay una invasión de una ciudad o, por ejemplo, el asesinato de un príncipe en la Primera Guerra Mundial, en este caso, ese pudo ser uno de los detonantes".

Ultras contra ultras

Aquel día, viajaron hasta Zagreb 3.000 ultras de la afición del Estrella Roja de Belgrado. Eran los Delije ("héroes" o "valientes" en serbio). Su líder sería condenado años después por crímenes de guerra por las atrocidades que cometió en el conflicto que estalló meses después de aquel partido. Por parte del Dinamo de Zagreb, estaban los Bad Blue Boys (chicos malos azules), también ultras. El ambiente estaba muy caldeado.

La tensión se respiraba desde el propio terreno de juego. Los Delije destrozaron las vallas que les separaban de la afición croata y se fueron a por ellos. Los hinchas del Dinamo invadieron el terreno de juego para huir de los serbios y la policía empezó a reducirles con violencia. Fue entonces cuando Boban, jugador del Dinamo de Zagreb y capitán del equipo se encaró con las fuerzas de seguridad para defender a los aficionados. Fue la imagen que dio la vuelta al mundo y que vaticinó lo que estaba por venir.

"El fútbol es un indicador cuando los problemas se agravan"

En 'El ocaso de la épica' se pasa de puntillas por aquel momento. Hernández García lo ha ficcionado. Ha cambiado nombres y les ha puesto otras caras porque lo que a él le importa no es el partido en sí ni los disturbios. Ni siquiera busca culpables, porque en aquella confrontación que fue la guerra de los Balcanes todos cometieron atrocidades. Lo que el autor quiere plasmar en este libro es aquel momento clave en la historia de la Europa del Este.

Las consecuencias son las mismas tanto en el libro como lo fueron en la vida real. Y en medio de todo, lo que de verdad le importa al escritor: cómo el fútbol se ha convertido en un termómetro social. "Antes de las guerras también sucede", afirma Miguel Hernández García. "Lo estamos viendo ahora con el caso de Ucrania. Una de las últimas cosas que siempre aguanta es el fútbol, pero lo que muestra como indicador de que los problemas se agravan también es el fútbol".

Amalgama de sentimientos encontrados

En 'El ocaso de la épica' todo empieza con un coleccionista de artículos futbolísticos y un periodista deportivo que acaban viajando a Serbia para buscar las camisetas de aquel partido y también los testimonios de aquellos jugadores que, los que más y los que menos, llevan huyendo de él desde hace más de treinta años. Quieren saber si tres décadas después las heridas han cicatrizado y aquel partido ha dejado de doler.

"Ellos no reniegan de lo que hicieron pero tampoco es una cuestión de quién fue el bueno y quién el malo"

Miguel Hernández García convivió con serbios que en 1990 fueron niños de la guerra y tuvieron que exiliarse o convivir con las bombas. Aunque la comunidad internacional les condenara por las atrocidades perpetradas por Milosevic, ellos también sufrieron lo indecible: "Ellos no reniegan de lo que hicieron" sentencia el autor. "Pero quieren que también se vea que esto no fue una cuestión de quién fue el bueno y quién fue el malo. Había un montón de componentes económicos, sociales, étnicos...".

Aquel partido de fútbol fue un caldo de cultivo que hoy sigue presente. Aunque aquellos niños, que ya son adultos, quieren olvidar y perdonar. Quieren que el fútbol vuelva a ser sólo fútbol.