En la competición por conquistar los polos destaca una expedición tan temeraria como poco conocida: la llamada Expedición Andrée. Era el año 1897 y tres jóvenes suecos convencieron al mismísimo Alfred Nobel para que financiara su hazaña: querían cruzar el desierto helado en un globo aerostático.
La travesía kamikaze
Al mando de la misión estaban Salomon Andrée, que daba nombre a la expedición, Knut Fraenkel y un jovencísimo Nils Strindberg, que acababa de comprometerse con su novia Anna Charlier.
Partieron del norte de Noruega con gran expectación. Las mejores costureras de París habían ensamblado 3.300 piezas de seda, unos 14 kilómetros de costuras. Lo bautizaron El águila, y lo creyeron capaz de volar unos 30 días, pero solo duró dos en el aire.
El 'Águila' que no sobrevoló el Polo
En ese momento comienza una historia de terror en el punto más inhóspito del planeta, con un fatal desenlace. En 1930 otro barco encuentra por casualidad sus restos sepultados en el hielo. El capitán Andrée apareció sentado con las piernas estiradas y Nielsen aún yacía unos metros más al norte en una especie de tumba con piedras. Los restos de Fraenkel se encontraron años después
"En 1930, un barco encontró por casualidad los restos de los exploradores"
Junto a ellos encontraron numeroso material de la expedición: restos de ojos de gaviota de los que querían estudiar su capacidad de soportar ese sol agresivo reflejado en el hielo que no les quemaba las córneas, muestras también de la tierra polar guardada en una bolsita de te para evitar filtraciones, y también sus diarios y fotografías.
Material documental que décadas después ha posibilitado imaginar cómo fue su lucha contra el hielo, los osos polares y las focas de las que se alimentaron... Aporta datos clave de cómo en su intento por sobrevivir lograron incluso levantar una cabaña de hielo para refugiarse del crudo invierno a la que llamaron 'hogar', pero que acabó inundada al quebrar el glaciar sobre la que se sostenía.
Una vida dedicada a unir las piezas del rompecabezas
Por qué y cómo murieron son cuestiones sobre las que reflexiona 'La expedición', el libro de Bea Uusma que cuenta también cómo la autora da por casualidad con la historia y queda totalmente fascinada por ella, al punto de estudiar medicina para tratar de dilucidar qué ocurrió y de seguir los pasos de los exploradores hasta la remota Isla Blanca.
Su interés por la expedición fue amor a primera lectura: "Han pasado más de diez años desde que encontré ese libro en aquella fiesta. Intento seguir sus pasos. Llego 113 años tarde", cuenta en 'La expedición'.
"Intento seguir sus pasos. Llego 113 años tarde"
Su relato nos sumerge de lleno entodas esas preguntas que aún no tienen respuesta, y también en las historias de amor paralelas como la de la joven Anna, prometida de Strindberg, que quedó afectada de por vida con un temblor de manos que la acompañó en su carrera de pianista, y revela su última voluntad: que incinerasen su corazón y lo devolvieran a la tumba de ese explorador con el que nunca se pudo reencontrar.
Uusman comparte fragmentos de sus diarios con pasajes así de íntimos: "Una historia de amor con un final muy triste. Entiendo perfectamente lo que se siente. Estamos unidos. La expedición y yo".
"Estamos unidos. La expedición y yo"
Con los mimbres de la documentación histórica y su propia expedición sobre el terreno, la autora consigue trasladarnos a los capítulos menos conocidos que experimentaron los aventureros en ese infierno de hielo que dibuja colores insospechados. En el libro incorpora además sus propios escritos en forma de diario conformando un sentido homenaje a estos héroes olvidados.