No había nada romántico en ser una criada en la época victoriana. Las doncellas no eran las confidentes sentimentales de las señoras, ni los lacayos los compañeros de farra de los señores. Los hijos de los unos no se relacionaban con los hijos de los otros. Lo que unía a criados y señores era algo más parecido a la esclavitud que a la amistad.

Testimonios reales

El periodista de la BBC Frank Victor Dawes pasó varios años de su vida con una misión: reflejar la realidad que vivieron cientos de miles de mujeres y hombres que, durante finales del siglo XVII y principios del XIX, sirvieron en las casas pudientes de Inglaterra. Porque la vida de esos criados nada tenía que ver con la versión que se mostraba en la sesentera serie de la televisión pública británica, la BBC, 'Arriba y abajo'.

Para desmitificarlo, publicó un anuncio en la prensa pidiendo que los que sirvieron le mandaran sus testimonios. Que le contaran cómo era su vida en los sótanos de las mansiones, donde trabajaban, y en las buhardillas, donde dormían.

Recibió una avalancha de cartas. Miles de misivas con las que dio cuerpo a 'Nunca delante de los criados', un ensayo que como su subtitulo explica pretende ser un retrato fiel de la vida arriba y abajo.

Además de testimonios, el periodista británico cita una extensa bibliografía que da cuenta de las duras condiciones laborales que tenían. Empezando porque servir era, para muchos y muchas, la única vía de escape de la mendicidad y/o prostitución. Partiendo de eso, sus condiciones no podían ser buenas: jornadas de trabajo interminables, escasas o nulas horas libres a la semana, habitaciones oscuras y sin luz, y con tan pocos derechos que ni siquiera tenían el valor de reclamarlos.

Una clase social

En la época victoriana había tantos sirvientes que llegaron a ser considerados, incluso, una clase social. Y es que, como cita Dawes en su libro, ninguna casa inglesa del siglo XVII podía ser considerada de clase media si no tenía, al menos, a un interno contratado.

Fue necesario el desastre para acabar con su situación. Tras la Primera Guerra Mundial, Inglaterra necesitaba mano de obra. Mujeres y hombres para trabajar en las fábricas y en la industria que reconstruyera el país. Y, aunque suene sorprendente, las condiciones de esos reclamados operarios eran infinitamente mejor que las que habían tenido como sirvientes de los señores.

Por cierto: la madre del autor fue una criada.