Excéntrico, cruel y sanguinario. Las víctimas de la dictadura de Idi Amin, conocido como el carnicero de Uganda, se cuentan por cientos de miles. Pero alguien se ganó la confianza del monstruo: su cocinero, Otonde Odera.

Y eso que él también estuvo a punto de morir cuando el hijo de Amin empezó a encontrarse mal tras una comida. "Si le pasa algo, os mato a todos", gritó mientras corría por palacio. Pero lo que al dictador le parecía un envenenamiento se resolvió con una gran flatulencia que salvó la vida del chef., porque solo fue un empacho.

Hacer feliz al tirano

Lo cuenta él mismo en 'Cómo alimentar a un dictador'. Un libro en el que el periodista polaco Witold Szablowski reúne testimonios de los cocineros de algunos de los mayores criminales del siglo XX.

Con el albanés Enver Hoxha había que tener un pulso de hierro. Había sufrido un infarto, era diabético y su dieta no podía superar las 1.200 calorías diarias. Y con Sadam Huseín había que tener la sangre helada, porque el dictador se llevaba a su cocinero hasta el frente de batalla.

El objetivo era satisfacer los caprichos de los tiranos. Hacerles felices y vivir para contarlo.