Una botella de vino, un hipódromo y una pelea en un callejón. Una mujer tal vez. Un pensamiento romántico esporádico, un amago de ternura, como una flor en el asfalto. Y muchas horas de resaca. Eso es Charles Bukowski. Aunque, por supuesto, se podría discutir. Con él todo es discutible. Todo, menos la botella. De ella no podía huir.

«Beber es una forma de suicidio temporal en la que se me permite morir y luego renacer».

Y no tanto por la necesidad de beber, que también, sino por lo ligada que está su escritura al alcohol. Tanto que Abel Debritto, un consumado experto en la materia bukowskiana, ha editado un compendio de poemas, cuentos, fragmentos de novelas, entrevistas y cartas personales en los que habla de emborracharse o de estar borracho, que no siempre es lo mismo, en un sólo volumen: 'Beber' (Visor, 2019).

¿Escritor alcohólico? Los ha habido peores

Porque si alguien llevó al papel la épica del borracho ese fue Henry Chinaski, el alter ego de Charles Bukowski en muchos de sus textos. Personajes tocando fondo, sumidos en una orgullosa autodestrucción, por encima del bien y del mal. Y si decimos que fue Chinaski y no Bukowski es por algo.

'Etílico', de Carlos Mayoral
'Etílico', de Carlos Mayoral | Libros.com

Carlos Mayoral -uno de los perfiles más interesantes en cuanto a lenguaje y literatura en Twitter- es autor, entre otras muchas cosas, de 'Etílico' (Libros.com, 2016). Una novela en la que se mete en la mente de cinco grandes escritores estadounidenses cuya biografía está marcada por la bebida: Hemingway, Fitzgerald, Poe, Plath y Bukowski. Él, que estudió sus vidas, ha llegado a una conclusión: "Bukowski es el menos alcohólico patológico de todos ellos. La clave está en que cuando tuvo que dejarlo lo dejó, sin embargo, el resto se mantuvieron fieles en su alcoholismo hasta el final".

«Morir no tiene nada de malo, lo malo es estar enfermo, incapaz de aguantar todas las chorradas de esta existencia del tres al cuarto. No sé cuánto duraré sobrio, pero lo voy a intentar en serio».

Y aún así, en la mente de muchos jóvenes lectores, Bukowski es el gran borracho. El trovador de la priva. El juglar de los beodos. Quizás porque, como dice Carlos "él le dio una vuelta a esa tradición de glorificar el vicio que empezó Baudelaire y continuó la 'Generación perdida' y se lleva los grandes fracasos del siglo XX de los que hablan esos escritores, a sí mismo, a su propio personaje".

El alcohol como método de inspiración

En una de las cartas recogidas en 'Beber', Bukowski le cuenta a un amigo que le ha tratado de dar un sablazo a Henry Miller para sacarle unos pavos. Y que el autor de 'Trópico de Cáncer', en su respuesta, junto a 15 dólares, le pide que no beba mientras escribe. La respuesta de Bukowski mezcla sus ingredientes favoritos: el orgullo, la cabezonería y el desconsuelo:

«La inspiración no me preocupa lo más mínimo. Cuando dejamos de escribir, pues dejamos de escribir; que le den. Bebo para seguir adelante».

Ese consejo de Miller no lo escuchó casi nadie. Porque el alcohol, así como otras sustancias psicotrópicas, han sido siempre fuente de multitud de textos. Para Carlos Mayoral la mayoría de escritores alcohólicos tienen un punto en común: la necesidad de escapar de la realidad. "En el caso de Bukowski por una niñez escalofriante que el mismo relató después en sus poemas y cuentos".

La peligrosa influencia de Bukowski

En sus 50 años ante la máquina de escribir, Bukowski escribió muchísimo y todo bastante parecido. Con un estilo muy marcado y, no nos engañemos, algo repetitivo. Pero, para Carlos Mayoral, hay que reconocerle un gran mérito: "Es un gran creador de imágenes. Tengo el recuerdo de la bragueta hinchándose del hombre que está mirando a una niña que monta en un ascensor, que lo cuenta en un poema, como si lo hubiera visto... muy sórdido, sí, pero es un creador de imágenes muy potente y al final la literatura es eso".