Jeremías Gamboa

Editorial: Alfaguara

Año de publicación original: 2025

Cuando tienes que leer por obligación y escribir una reseña a la semana —como mínimo—, una novela de 970 páginas puede parecer un verdadero Everest. Una odisea que afrontar con fuerza de voluntad y resignación, como quien se adentra en una larga marcha que cruza desiertos y escala montañas.

A veces, esas caminatas te llevan a paisajes admirables o te transportan a sensaciones increíbles, pero, al ser tan largo, el recorrido suele tener momentos de tedio, de esfuerzo excesivo y de dolor de pies. En otras ocasiones el recorrido no es más que una enorme penitencia que te deja exhausto, con ganas de leer una de espías y los pies sangrando.

Jamás había sentido lo que he sentido leyendo 'El principio del mundo', de Jeremías Gamboa

Pero jamás había sentido lo que he sentido leyendo El principio del mundo. Abrir esta novela ha sido como pasear por un sendero de montaña, con ligeras cuestas y bajadas prolongadas, iluminado por un sol que calienta pero no quema y empujado por una brisa que acaricia sin azotar.

Un camino corto, además, que a la vuelta del primer recodo, te planta ante un precioso y cristalino lago, protegido por escarpadas montañas. Un lugar repleto de calma y belleza, donde diferentes animales de todo tipo se acercan a beber de sus aguas. Así me he sentido leyendo esta novela. Como si estuviera sentado en un lugar increíble, disfrutando de una vista única, repleta de belleza y sensibilidad.

Aprender a volver

El principio del mundo cuenta la historia de Manuel Flores. Un joven peruano que, a sus treinta y tres años, decide regresar a Lima, la ciudad que le vio crecer, después de renunciar a su aventura en Estados Unidos. Allí, en una pequeña universidad de Colorado, peleó durante tres años por hacerse un sitio entre los profesores de Literatura Hispanoamericana.

Derrotado y sin futuro previsto, Manuel tiene que volver a la casa familiar, a convivir con su madre, en el barrio en el que dio sus primeros pasos hacia una vida que ahora no es capaz de reconocer. Allí, cada esquina, cada parque, cada calle le trae recuerdos que formaron la persona que ahora es.

En Lima recupera la relación con antiguos amigos y resucita el contacto con la profesora que le enseñó a leer

Allí recupera la relación con antiguos amigos y resucita el contacto con la profesora que le enseñó a leer en la escuela infantil. Una mujer que vio en él algo diferente a los otros chicos y a la que él, todavía, guarda algo de rencor por haber desaparecido de su vida sin avisar ni dejar rastro.

Y todo esto lo cuenta Jeremías Gamboa con la tranquilidad del que no tiene ningún sitio al que llegar. Con pausa y belleza, jugando con los tiempos verbales para viajar del ayer al hoy, pero también para acentuar cuando el protagonista se queda enganchado en sus recuerdos, por mucho que su cuerpo esté presente en el presente. O al revés, en ocasiones el recuerdo es tan vívido que se cuenta en tiempo presente, porque su alma se encuentra allí.

Retrato interior

No es el único juego formal que realiza Gamboa con su escritura. También el relato pasa en ocasiones de la primera a la tercera persona, dependiendo de lo alejado que se sienta el protagonista de la vida que esté viviendo. De tal modo que las palabras dicen mucho más de lo que significan. Y demuestran una disociación entre lo que vive y lo que siente.

El resultado es una novela tan brillante que no cansa, tan bonita que no abruma y tan elegante que no te quieres alejar de ella

El resultado es una novela tan brillante que no cansa, tan bonita que no abruma y tan elegante que no te quieres alejar de ella. Una lectura repleta de esquinas en las que recostarse a disfrutar. Ya sea por una imagen descrita con delicadeza, ya sea por una emoción concreta y perfectamente reconocible, surgida de un encuentro o una conversación.

La habilidad de Jeremías Gamboa para retratar el interior del ser humano es demoledora. Cada página es una instantánea de un estado de ánimo, contado con precisión y sin excesos. Leerle es compartir la sensación de perder tu propia identidad, esa mezcla de tristeza y desnudez que te deja ser consciente de que no tienes ni idea de quién eres en realidad.

La novela que no leerá Carmen Balcells

Jeremías Gamboa se formó como escritor en revistas y periódicos. Haciendo reportajes en los últimos años del siglo XX, con algunas de las personas más desfavorecidas de su Lima natal, conoció en profundidad al ser humano. Eso le hizo entender que quería contar cómo somos, dedicarse profesionalmente a la escritura.

Tras un libro de cuentos, Punto de fuga, escribió su primera novela. El manuscrito de aquel Contarlo todose lo hizo llegar a Mario Vargas Llosa que, conmovido, se la mandó a su vez a su agente en España, Carmen Balcells. Ella le mandó un mail a Gamboa preguntándole si quería que fuera su agente. ¿Cómo decirle que no a la Balcells?

Poco antes de morir, la Balcells le pidió a Jeremías Gamboa que le contara las novelas que iba a escribir en el futuro

Ella consiguió que publicaran su primera novela en varios idiomas, lo que le permitió a Gamboa dedicarse al cien por cien a la escritura. Por eso este El principio del mundoestá dedicado a la memoria de Carmen Balcells. Porque ella fue la que le cambió la vida.

En uno de sus últimos encuentros, la Balcells le pidió que le contara las novelas que iba a escribir en el futuro. Historias que no iba a poder leer porque sabía que moriría pronto. Gamboa le habló de una historia que tenía en la cabeza. La de la profesora que le enseñó a leer en aquella modesta escuela de Lima. Una historia que hablara de la precaria educación pública peruana, de identidad y de racismo. Que buceara hasta llegar al principio del mundo.

Una novela que la inolvidable Carmen Balcells sabía que sería buena. Y vaya si lo es. Esa mujer pocas veces se equivocaba.

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