Isaac Rosa

Editorial: Seix Barral

Año de publicación original: 2025

Por César G. Antón

Si esta crítica tuviera que ser un dibujo, serían dos cuadros de Edward Hopper enfrentados como espejos: el protagonista esperaría derrotado en el bar de Noctámbulos, mientras su compañera, que nunca llega a la cita, miraría el amanecer desde la cama en la habitación iluminada de 'Sol de la mañana'. Esa es la atmósfera de Las buenas noches, de Isaac Rosa: una sofisticada tristeza urbana, la soledad en medio de la masa, el buen gusto rodeado de una ansiedad cansada. Lo que Hopper pintó con luces duras y silencios, Rosa lo convierte en palabras.

Rosa hace verosímil lo improbable y consigue que el lector acepte lo que en otros contextos parecería extravagante

La trama, en apariencia, no podría ser más sencilla: dos insomnes se encuentran por casualidad y descubren que juntos logran dormir. Una premisa poderosa, de esas que da envidia no haber escrito, porque en su sencillez esconde la semilla de una novela memorable. El encuentro fortuito en el hall de un hotel, el descubrimiento de que alguien es tu "persona-sueño": hay arranques mágicos que justifican por sí solos el viaje narrativo.

Y lo curioso es que, aunque al principio pueda sonar inverosímil, la lectura lo vuelve completamente natural. Al fin y al cabo, ¿no sabemos todos los padres que hay niños que solo concilian el sueño si abrazan su peluche? ¿Por qué habría de ser distinto cuando crecemos? Rosa hace verosímil lo improbable y consigue que el lector acepte sin reservas lo que en otros contextos parecería extravagante.

El club de los insomnes

A partir de ahí, la novela se lee como una mala noche: comienza ligera y esperanzada, pero poco a poco se enreda en la almohada, se complica, se oscurece. El relato avanza como un diario de vigilia: orfidales, melatoninas, respiraciones contadas, terapias, vino, engaños, tormentos. Cada capítulo es un nuevo intento fallido por domar el insomnio, y el resultado es un crescendo que se vuelve cada vez más tenso, más psicótico, más oscuro. Una noche sin dormir transformada en literatura.

Este libro es una noche sin dormir transformada en literatura

Y aquí entra en juego la pertenencia. Porque los insomnes formamos un club silencioso, una hermandad sin reuniones, pero con señales secretas: una mirada en el metro, un comentario al azar. Quien no duerme lo sabe. Las buenas noches es, en ese sentido, como una sábana blanca colgada en nuestro balcón con un mensaje escrito a lo grande: "No puedo dormir". Un gesto de confesión pública que genera conversación, que arropa al lector y le pasa la mano por el hombro. No te va a curar el insomnio, desde luego, pero sí hará que te sientas acompañado en mitad de la madrugada.

Es, en cierto modo, una novela de autoayuda. Una autoayuda rara: no pienses que dormirás mejor después de leerla, pero te reconocerás en ella. Te acompañará en tu soledad más íntima.

Humor como salvavidas

Merece mención el humor, que aparece como una tabla de salvación. Rosa sabe que reírse a las tres de la mañana, con los ojos abiertos como faros, es casi un acto de supervivencia. Hay pasajes donde lo ridículo y lo desesperante se confunden, y el lector sonríe con amargura porque se reconoce en esa frontera absurda.

Pero también late una crítica social afilada: el insomnio no nace solo de una almohada torcida, sino de un país que exprime a sus trabajadores hasta robarles el sueño. Especialmente a los autónomos, condenados a la vigilia permanente del que teme la factura, el correo del banco, el mensaje del cliente que llega a medianoche. El insomnio se convierte en enfermedad profesional de toda una generación conectada.

Hay pasajes donde lo ridículo y lo desesperante se confunden, y el lector sonríe porque se reconoce en esa frontera

Al mismo tiempo, la novela abre un espacio de intimidad inesperada. Rosa explora la paradoja de compartir lo más frágil —el sueño— con alguien que no es pareja ni amante, sino cómplice. Una complicidad silenciosa, casi infantil, que desarma por su honestidad. Como si durmiendo juntos se inventara un lenguaje nuevo.

Y, por si fuera poco, Rosa intercala historias dentro de la historia, pequeñas joyas narrativas que brillan con luz propia. Entre ellas, el inolvidable cuento de la rata de la hermana del protagonista, que funciona como un espejo deformado que demuestra la capacidad del autor para sorprender con relatos mínimos dentro del gran relato.

Un escritor singular

Isaac Rosa ya nos tiene acostumbrados a mirar lo cotidiano para diseccionarlo hasta encontrar hueso: con El país del miedo (2008) retrató las amenazas de la vida urbana, novela que le valió el VIII Premio Fundación José Manuel Lara; en La mano invisible (2011) abordó el azaroso porvenir del trabajo asalariado, y en La habitación oscura (2013) exploró las difíciles relaciones interpersonales de la juventud.

Más tarde llegó Feliz final (2018), aquella novela que casi nos empujó a todos al divorcio, y Lugar seguro (2022), que nos dejó en busca de consuelo ante un futuro incierto. Entre la decena de libros que jalonan su trayectoria, Rosa se ha consolidado como uno de los escritores más premiados, reconocidos y singulares de nuestro tiempo.

Rosa se ha consolidado como uno de los escritores más reconocidos y singulares de nuestro tiempo

Al final, Las buenas noches es un libro que se queda. No entrará en la lista de los cien mejores de la historia, pero será de esos que recordarás haber leído. Pasarán los meses, los años, verás su lomo en tu estantería y sabrás al instante de qué iba, qué sentiste, cómo te arropó cuando lo leíste. Y si eres insomne, si perteneces a esa cofradía invisible, sabrás también que este libro es tu contraseña secreta: la prueba de que no estás solo en la vigilia interminable.

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