Luis A. Ruiz Casero

Editorial: Libros del KO

Año de publicación: 2025

En el año 2008 desapareció sin dejar rastro. Los pabellones se convirtieron en maleza, su enorme cúpula en montículos terrosos, las alambradas en arbustos que con la llegada de la primavera vuelven a verdear. Por los improvisados caminos pasan a diario familias, perros, jóvenes del barrio que remontan el camino desde el Parque de Eugenia de Montijo sin que muchos adviertan qué espectro se levantaba allí antes.

La cárcel de Carabanchel es hoy nada, con un futuro que no abarca museo, centro de interpretación, placa, plaza o monumento

La cárcel de Carabanchel es hoy nada, con un pronóstico de futuro que no abarca museo, centro de interpretación, placa, plaza o monumento que recuerde o preserve la memoria de la represión, de sus muertos y de la mano de obra esclava que la levantó. Es difícil imaginar que antes en este mismo lugar se levantaba una mole de ciencia ficción que muchos vieron como un signo de un futuro catastrófico. Hoy un pasado sin memoria.

Siguiendo esa misma lógica, Luis A. Ruiz Casero decidió llamar a su investigación sobre la prisión precisamente así: La estrella de la muerte del franquismo. Libros del KO publica esta obra que ahonda en los vestigios y la historia de la cárcel. Un camino difícil de trazar y que sigue vivo a través de los testimonios de quienes sufrieron, murieron o sobrevivieron a sus muros.

Redención y muerte

Con la Modelo de Madrid destruida tras la guerra, el franquismo empezó a acometer al término de la Guerra Civil los pilares de sus aplastante poder hegemónico. El 10 de abril de 1940, nueve días después del Valle de los Caídos, los presos del Convento de Santa Cristina empezaron a levantar los muros de la misma cárcel que habría de privarles de la libertad.

Ruiz Casero describe las condiciones deplorables en las que muchos presos llegaban desde los campos de concentración de Franco

Ruiz Casero describe las condiciones deplorables en las que muchos de estos presos llegaban desde los campos de concentración de Franco. Malnutridos y débiles, eran desparasitados con insecticidas para ganado y amontonados por las noches al raso en pabellones a medio construir. Proliferaban de aquella masa humana enfermedades como el tifus o el paludismo que causaban muertes a centenares.

Sin un registro claro, los testimonios de los propios presos, algunos tan ilustres como el humorista Miguel Gila, quienes dejaron memoria de aquellos primeros años en Carabanchel. En 1944, con parte de la cárcel culminada, la revista penitenciaria del régimen, Redención, anunciaba a bombo y platillo los extensos campos para pasear y las amplias celdas de las que disfrutaban aquellos presos ficticios del régimen. Mientras tanto, los prisioneros sufrían las palizas y torturas de sus carceleros.

"Nadie fue inquietado por sus ideas"

La frase que precede a estas líneas pertenece a Francisco Franco en un discurso pronunciado en septiembre de 1953. Al final de la II Guerra Mundial muchos presos esperaban que los siguientes en ser liberados del yugo fascista fuesen ellos, pero nunca llegó a ocurrir. Con los Pactos de Madrid, España se presentó con complicidad ante la Comunidad Internacional como un régimen sin presos políticos.

Desde entonces el franquismo jugó al gato y el ratón con las comitivas internacionales, escondiendo a sus prisioneros cuando era necesario para dar una imagen de amnistía frente a sus nuevos aliados. A pesar de que se produjeron fugas y conatos de motín, Ruiz Casero recoge las continuas palizas y vejaciones de los carceleros de Carabanchel, transmitidas muchas de ellas en periódicos clandestinos que se distribuían entre los distintos pabellones.

Carabanchel era una cárcel preventiva donde muchos presos languidecían sin haber sido sometidos a juicio alguno

En 1955, el régimen reinauguró la cárcel con todo el boato propagandístico de un centro de reinserción. Aunque la triste realidad de su interior seguía siendo la misma: la de una cárcel preventiva donde muchos de sus presos languidecían sin haber sido sometidos a juicio alguno.

Uno de los grandes y tristes triunfos que recoge en su investigación Ruiz Casero fue el de permitir que un prisionero acompañase a los compañeros condenados a muerte. Un gesto pequeño pero que se convirtió en una gran victoria para quienes solo querían aliviar algo de la soledad de quienes estaban a punto de morir en aquella cárcel inhumana.

Una cripta para los vivos

Aquella "cripta para los vivos", como la describió Riccardo Gualino en 1965, tenía "los mismos aires que el Valle de los Caídos", con la monumentalidad funeraria que requerían sus pabellones en forma de ataúd y 'la peseta', su enorme cúpula de 32 metros, la segunda más grande España, y desde donde se podían vigilar cada uno de los pabellones que se extendían desde su centro.

A medida que se abandonaba la posguerra y avanzaba la década de 1950, se fue llenando no solo de rojos y anarquistas. A sus celdas fue a dar una población que buscaba oportunidades en el Madrid de la época, dando solo con delincuencia y lumpen. Uno de ellos fue Dum Dum Pacheco, cuya biografía, Mear sangre, se convirtió en un testimonio fundamental de su la vida en la cárcel.

Con la democracia, los presos políticos salían a la calle "indultados, no amnistiados", como apuntillaba Marcelino Camacho

Con la llegada de la democracia, los presos políticos salían a la calle "indultados, no amnistiados", como apuntillaba uno de los históricos de Carabanchel, Marcelino Camacho: "El franquismo aún dominaba la situación". A medida que unos abandonaban las rejas, otros no dejaban de llegar.

En 1977 se produjo un gran motín dentro de la cárcel de Carabanchel organizado por los presos comunes. Ellos reclamaban recibir el mismo trato que los presos políticos, que por fin dejaban aquella fortaleza franquista, mientras la democracia dejaba a otros tantos a la sombra.

Cómo desaparecer sin hacer ruido

Ruiz Casero describe como "cómplice" la participación de todos los grupos políticos que permitieron el derrumbe de la cárcel en 2008. Con los presos aún entre rejas, en 1997, la Comunidad de Madrid aprobó un Plan General de Ordenación Urbana que permitía la recalificación de los terrenos de la cárcel. En 1998, los últimos reclusos la abandonaron y el resto es historia.

Desde su derrumbe, supervivientes y vecinos han sido los únicos que han mantenido viva la memoria de la cárcel. Reclaman desde hace años un lugar en el que recordar lo que allí ocurrió para que no muera a golpe de especulación inmobiliaria.

Hoy es un discreto monumento de ladrillo el único vestigio que queda. Levantado por los propios vecinos como las pancartas que todavía rodean su alambrada. Dejando una vez más en manos de la sociedad la tarea de hacer memoria.

La estrella de la muerte del franquismo

Luis A. Ruiz Casero es un habitual entre los historiadores de Carabanchel. Su más reciente investigación pone de manifiesto las lagunas que todavía quedan en la memoria histórica en España. La investigación en archivo y a través de testimonios orales, muchos de ellos tan difíciles de trazar como los años que sus protagonistas pasaron entre rejas.

Con la destrucción de Carabanchel también se perdió un importante archivo histórico que hoy podría servirnos para apostrofar esta historia. Seguimos sumidos en la misma oscuridad que dejó el franquismo y una transición democrática cómplice que todavía no sabe qué hacer con los monumentos funerarios sobre los que se asienta su poder.

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