Patricia Evangelista

Traducción: Francesc Pedrosa Martín y Lozano Sag

Editorial: Reservoir Books

Año de publicación original: 17 de octubre de 2023

La revolución popular de 1986 prometió al pueblo filipino tiempos mejores, tiempos de paz y democracia. 30 años después, en mayo de 2016, Rodrigo Duterte llegó al poder después de una extensa carrera como alcalde durante más de dos décadas. Pero el clima cambió en los años siguientes.

La periodista Patricia Evangelista recoge en 'Que alguien los mate' el testimonio de los que sobrevivieron al gobierno de Duterte

El gobierno centró su trabajo en abordar el problema de la seguridad pública y el tráfico ilegal de drogas a golpe de ejecuciones extrajudiciales, tiros en la cabeza a bocajarro, cuidándose no gastar más de una bala como precio de cambio por las vidas que se cobraron.

La periodista de investigación y escritora filipina Patricia Evangelista recoge el testimonio de aquellos años de manos de sus protagonistas, de los supervivientes. De los hijos, madres, esposas y familiares de quienes se interpusieron en la supuesta guerra contra las drogas que libró el gobierno de Duterte. Todas ellas están en Que alguien los mate, un título que recorre la conciencia de quien se acerca a esta crónica periodística tan honesta como cruda.

"Encontradlos, matadlos y punto"

En los meses que siguieron a los primeros asesinatos (3.700 en menos de cinco meses) la popularidad de Duterte subió como la espuma. Evangelista recoge uno de sus discursos en un mitin previo a las elecciones de 2016: "No bromeo, cuando sea presidente, les daré a los militares y policías la siguiente orden: encontrad a esa gente y matadla. Y punto".

Primero fueron traficantes y criminales, después los adictos. Luego los periodistas y los abogados: todo el que señalase las atrocidades

Primero fueron traficantes y criminales, después llegaron los adictos. El problema de la delincuencia descendió en un 49% en los primeros meses de gobierno. Después llegaron los periodistas, aquellos que empezaban a hablar de lo que ocurría en Filipinas eran un objetivo para la seguridad nacional. Después fueron los abogados, todo aquel que señalase las atrocidades que se cometían en plena calle era susceptible de terminar del mismo modo.

Love era solo una niña cuando la policía de Duterte entró en su casa. Portaban pasamontañas y armas, golpearon la puerta de su casa en plena madrugada y de un vistazo el "afirmativo" de los labios de uno de ellos fue suficiente para asesinar a su padre de un disparo en la cabeza. Cuando parecía que ya se habían marchado, volvieron para matar a su madre también. Love y sus hermanos lo vieron todo, atónitos mientras veían como la vida se les escapaba a sus progenitores por una mancha roja en el cráneo.

El precio de una vida

Evangelista cuenta con una amplia experiencia cubriendo desastres, principalmente causados por otros seres humanos. La autora explica que su lenguaje es limitado a la hora de retratar el horror. Prefiere los verbos, casi siempre los mismos: matar, asesinar. A veces se vuelven terribles, adoptan el imperativo, el tiránico "matad" con el que Duterte espoleaba a su ejército de sicarios.

En 2025, siendo ya expresidente, Duterte fue llevado a la Haya para ser el primer líder de Asia juzgado por la Corte Penal Internacional

Una bala era suficiente para cumplir su voluntad, casi siempre en la cabeza. El precio de cambio de una vida no costaba más que un casquillo, la más brutal de las metáforas para entender aquellos seis años en los que Filipinas se convirtió en un cementerio. En marzo de 2025, el expresidente fue llevado a la Haya. Se convirtió así en el primer líder de Asia en ser juzgado por la Corte Penal Internacional.

Durante su gobierno, 27.000 personas (según cifras de organizaciones de derechos humanos) habían sido asesinadas. Un gobierno, conviene no olvidarlo, elegido democráticamente, en unas elecciones en las que el discurso del miedo que sembró Duterte, tan parecido al que desplegó Trump en Estados Unidos poco después o los nazis en la Alemania de los años 30, le hizo salir tan apoyado que se sintió con la libertad de hacerlo que quisiera.

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