Ocean Vuong

Editorial: Anagrama

Traductor: Daniel Saldaña París

Fecha de publicación: 2025

Ocean Vuong escribe a golpe de versos y de frases que bien podrían convertirse en tuits, si la red social se llamase así todavía y no hubiese sido comprada por un magnate del turbocapitalismo con dudosas amistades. Pero este es el mundo donde nos ha tocado vivir, y Vuong lo sabe. Por eso no expresa ninguna idea bella sin su dosis correspondiente de dolor.

Después de la magistral 'En la Tierra somos fugazmente grandiosos', Ocean Vuong regresa con 'El emperador de Alegría'

"Alegría" es aquí el oxímoron —que nombra la emoción y el barrio desamparado donde conviven los protagonistas— que nos traslada hasta su segunda novela, El emperador de Alegría. En ella hay ecos de su primer trabajo, En la Tierra somos fugazmente grandiosos, un libro que enamoró a artistas de la talla de Rosalía o Dua Lipa, que han hablado públicamente de lo mucho que les ha gustado esta historia. Rosalía, incluso, llegó a decir que el poeta y novelista de origen vietnamita es su escritor favorito del momento.

La identidad movediza de los inmigrantes estadounidenses, las segundas oportunidades y la vida suspendida. La que se manifiestan a las afueras de las grandes ciudades y toma la forma de protagonistas profundos y trágicos. Pero, sobre todo, una novela atravesada por la sombra de la autobiografía, que convierte cada conclusión en una trágica punzada.

Alegría

Visitamos en su primer capítulo un barrio de Connecticut, Alegría Este. Su narrador se detiene en la fachada de una casa, a medio pintar, porque quien debía terminarla ingresó en los marines y jamás volvió. Los edificios de estilo colonial se transforman en centros de rehabilitación para hablarnos de la epidemia de opiáceos. En ese escenario, la visión de un dinosaurio hecho de legos es el último vestigio del atropello de un menor por un conductor borracho.

Hai es un joven de ascendencia vietnamita, de diecinueve años, que se balancea sobre la idea de si debería saltar de un puente y terminar con todo. Es una octogenaria lituana, Grazina, la encargada de volver a aferrarle a la realidad y darle un hogar, después de que el joven arrastre un intento de desintoxicación y varias adicciones a su espalda. Paradójicamente, será un nudo doble el que mantenga a ambos en aquella orilla de la existencia.

Los personajes conviven en el barrio Alegría, de nombre contradictorio, un escenario improbable para invocar a la felicidad

El joven asume el papel de enfermero con la anciana, suministrándole la medicación que acota su vejez y manteniéndola en el mundo cuando la demencia ataca. Entre ambos se establece una relación en la que los recuerdos destartalados de una y la vida en pedazos del otro, se entremezclan para invocar un hogar para ambos.

Los dos personajes conviven en aquel barrio, de nombre contradictorio, el escenario más improbable para invocar a la felicidad. Hai arrastra la huida de su propia casa, las mentiras contadas a su madre —quien le cree estudiando medicina en Boston— y los destellos de la adicción en forma de pastillas caducadas, olvidadas por el piso de la anciana.

Un enorme microondas

Hai consigue un trabajo en un restaurante, comparte turnos con un variopinto grupo de personajes. Una gerente que pretende hacerse un hueco en el mundo de la lucha libre, una cajera que trata de superar el duelo por la muerte de su hijo, un cocinero diabético que cría cerdos para la mujer del magnate de la WWE, Linda MacMahon (hoy secretaria de Educación de la administración Trump).

Pero ninguno de los platos que los personajes preparan, sirven, devoran o comen con desgana es agradable. La comida surge del restaurante como si de "un enorme microondas" se tratase, en bolsas de plástico recalentadas, ofreciendo una supuesta comida casera para todo aquel que quiera creerlo.

Ninguno de los platos que los personajes preparan, sirven, devoran o comen con desgana es agradable

Grazina come tres veces por semana filetes Salisbury, que el primo de Hai —obsesionado con la guerra civil estadounidense— le explica que inventó el general del mismo nombre para paliar la disentería entre sus hombres; y la abuela de Hai agradece a Pizza Hut que incluya mesas diminutas para ofrendar sus sobras a los espíritus.

Sus personajes parecen mordisquear la misma materia grisácea de la que está compuesta sus trabajos, su barrio o sus vidas, si apuramos lo suficiente. Como si no mereciesen otro rancho más que el de los pobres y desdichados. Organizan un intercambio de comida con un restaurante cercano, especializado en comida saludable, obteniendo a cambio cajas de ensaladas que ninguno de ellos realmente querría comer: "Los ricos piensan que las cosas que tienen mala pinta son más especiales que las normales".

El emperador de Alegría

La alegría es un término que aparece en la constitución de Estados Unidos, la única del mundo que presupone, de su garantía, un derecho constitucional. Nadie en El emperador de Alegría parece haberse podido acoger a ese derecho. Todos arrastran un dolor que les impermeabiliza, les mantiene alejados, quizás, de ese mismo derecho. La felicidad tiene un coste alto que ninguno de los protagonistas de Vuong pueden permitirse.

Para Vuong, los hijos de los inmigrantes no son capaces de mirar hacia atrás sin vergüenza, ni hacia adelante sin recibir rechazo

Hace poco, el escritor, durante una entrevista promocional en Estados Unidos, se refirió al panóptico que se cierne sobre cualquiera que trate de emprender una carrera en las artes, y la dificultad de hacerlo y obviar dicha mirada. El cringe se ha convertido en moneda de cambio en las redes para desarticular cualquier discurso o actitud que se aleje de la norma. Ese anglicismo que podríamos definir como grima, cosilla o todo aquello que es difícil de mirar sin sentir vergüenza ajena.

Para Vuong esa mirada parece cernirse sobre la identidad en la adolescencia, sobre la incomprensión de sus padres en un país extraño, pero también la de los hijos, incapaces de mirar hacia atrás sin sentir vergüenza y hacia adelante sin recibir el rechazo de los demás. En su primera novela condensaba una carta de amor a su madre, inmigrante y analfabeta, puede que esta pueda tener una dedicatoria más amplia, para todos aquellos que siguen buscando la alegría donde hoy se ciernen nubarrones.

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