Roger-Pol Droit

Traductor: Sion Serra Lopes

Editorial: Ariel

Año de publicación original: 2025

Hay quienes recuerdan —yo mismo— las clases de filosofía del instituto como una especie de campo de minas: largas listas de nombres, teorías resumidas en apuntes llenos de subrayados de colores o exámenes que pedían recordar definiciones de memoria, en vez de tratar de comprenderlas. Una experiencia tan árida que bastaba para convencernos de que la filosofía no era para nosotros.

Ojalá, pienso ahora, hubiéramos tenido un libro como Alicia en el país de las ideas. Quizá entonces habríamos descubierto que la filosofía es un terreno fértil donde hacerse preguntas curiosas, jugar con escenarios imposibles y, sobre todo, ejercitar la imaginación.

El país de las ideas

El planteamiento es tan sencillo como brillante: tomar a Alicia, la niña que se adentró en el País de las Maravillas, y lanzarla de cabeza en el universo de las grandes preguntas filosóficas. Roger-Pol Droit utiliza la historia de Lewis Carroll como trampolín para abrir debates que nos han acompañado desde hace siglos. ¿Qué es el tiempo?, ¿de qué hablamos cuando hablamos de justicia?, ¿por qué nos empeñamos en distinguir entre lo real y lo soñado?

La magia reside en que no se trata de un resumen escolar, sino de un relato que nos invita a pensar

Lo que en otros manuales de bachillerato eran aburridos párrafos sobre Kant, Platón o Nietzsche, aquí se convierten en aventuras en las que Alicia se topa con paradojas, personajes alegóricos y situaciones tan absurdas como esclarecedoras.

La magia reside en que no se trata de un resumen escolar, sino de un relato que nos invita a pensar. La filosofía aparece en todo su esplendor: como un juego de imaginación que no excluye la rigurosidad, sino que la disfraza de ficción. Esa combinación es la que consigue que el libro funcione tanto para los adolescentes que empiezan a preguntarse por qué el mundo es como es, como para los adultos que sienten que su relación con la filosofía quedó en el olvido, sepultada bajo exámenes y esquemas sin vida.

Solo después de leer unas cuantas páginas y estar metido de lleno en su propuesta conviene detenerse en quién está detrás. Roger-Pol Droit, filósofo y periodista francés, ha dedicado su trayectoria a acercar las ideas al gran público. Ha colaborado con Le Monde, ha escrito ensayos divulgativos y, en general, se ha ganado la fama de hacer de la filosofía algo cercano, cotidiano y hasta lúdico.

Redescubrir la filosofía

Lo interesante es que él mismo ha confesado en varias ocasiones que una de sus obsesiones es reconciliar a sus lectores con aquello que muchos habían aborrecido en la adolescencia: la enseñanza filosófica. No sorprende entonces que escogiera a Alicia, un personaje que desde siempre simbolizó la curiosidad y el absurdo, como guía en este experimento.

Lo que antes nos parecía inaccesible en las aulas, aquí se vuelve narrativamente irrechazable

A lo largo del libro, cada capítulo funciona como una especie de espejo que deforma la realidad. Alicia se enfrenta a dilemas que a simple vista parecen juegos de palabras o situaciones imposibles, pero que en realidad remiten a discusiones filosóficas de fondo. Un diálogo absurdo con un personaje puede ser la puerta de entrada a la lógica aristotélica; una confusión sobre la identidad de alguien puede llevarnos a Descartes; un banquete disparatado se transforma en una reflexión sobre los límites del deseo.

Aprendiendo a pensar

El estilo de Droit es muy juguetón. No pretende agotar a los clásicos ni darnos lecciones magistrales, sino despertar la chispa. Esa chispa que, con un poco de suerte, puede llevarnos después a abrir los libros de los filósofos originales con otra actitud: ya no como quien teme un examen, sino como quien se adentra en un jardín que promete sorpresas.

Además, Alicia en el país de las ideas tiene la virtud de no tratar al lector como un niño al que hay que simplificarle todo, sino como alguien capaz de asombrarse. El libro no elimina la dificultad de las preguntas, sino que las presenta de un modo más humano, más cercano. Y, en esa medida, actúa como una especie de antídoto contra el tedio del pasado.

Al cerrar el libro se nos queda una sensación dulce. La filosofía ya no es intimidante, está mucho más viva en nosotros

Al cerrar el libro se nos queda una sensación dulce. La filosofía ya no es intimidante, está mucho más viva en nosotros. Es una filosofía que no nació para llenar libros de texto, sino para enseñarnos a pensar por nosotros mismos.

Quizá, después de todo, nunca es tarde para abrirlo y reconciliarse con esa materia que alguna vez sentimos como un plomo insufrible. Al fin y al cabo, como diría Alicia, todo depende de qué puerta elijas para entrar en el País de las Ideas.

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