Mientras mi compañera, Mabel, prepara la cámara con la que grabaremos la entrevista, Theodor Kallifatides me pide que me siente con él, junto a la ventana de la cafetería del hotel donde hemos quedado. El sol se acaba de hacer un hueco entre las nubes de finales de noviembre y se agradecen esos cuatro rayos débiles que atraviesan el cristal.
Antes de que yo pueda decir nada, me pregunta si me gusta mi trabajo. Le digo que sí, que hago lo que siempre soñé hacer y que me permite conocer gente interesante.
Nos traen el café que yo había pedido, pero que no me tomo porque se adelanta y lo coge para él. No me atrevo a decirle nada, obvio, y a la que observo cómo se echa con delicadeza una pizca de azúcar moreno, le comento que Una mujer a la que amar me ha conmovido mucho. "Es una historia conmovedora", me responde.

Me habla de sus hijos, de los que le enorgullece que sean tan idealistas, y de su nieta favorita, la que juega al fútbol. Dice que prefiere el fútbol femenino porque es "fútbol de verdad, donde prima el juego y la estrategia y no la violencia física" y se confiesa fan de la selección española.
"Prefiero el fútbol femenino porque es fútbol de verdad, donde prima el juego y la estrategia"
Si esto fuera el comienzo de un cuento clásico, diría de él que el intenso azul de sus ojos es la herencia del Mediterráneo junto al que se ha criado en la pequeña localidad de Molaoi, en el Peloponeso. Coincidimos en que este mar nos une a otros pueblos más de lo que muchos quieren reconocer.
Le cuento que este año, paseando por Salónica, no me sentí tan fuera de lugar como paseando por Copenhague y me reconoce que a pesar de llevar más tiempo viviendo en Suecia que en Grecia, siempre se sentirá un extranjero en esa tierra.
Detecto en Kallifatides el don que tienen algunas personas de hacerte sentir en casa, sin silencios incómodos ni conversaciones forzadas, donde la charla salta de un tema a otro con absoluta naturalidad. Entonces nos avisan, ya está la cámara lista. Ahora sí empieza la entrevista para hablar de lo que ha venido a presentar.
Una amistad eterna
Una mujer a la que amar, escrito hace 20 años, es la historia de su amistad con Olga, su mejor amiga, que murió prematuramente a causa de un cáncer de mama. A ella le prometió una novela, pero al morir creyó que sería demasiado frívolo, así que le dedicó unas memorias.
Algunos creen que ya le deben el Nobel de Literatura, pero no parece que a él le quite un segundo de su tiempo.
Pregunta. Tienes 87 años y has publicado más de 40 libros, pero en España eres casi un autor novel porque apenas te conocemos desde hace 6 años, cuando se te empezó a traducir.
Respuesta. Ha sido como volver a nacer. Pensé que mi carrera ya había acabado cuando cumplí los 75, pero escribí Otra vida por vivir y me trajo una nueva vida literaria. Recibí muy buenas críticas y se vendió muy bien, ya va por cincuenta ediciones. No me lo esperaba, es un milagro. Los lectores españoles me han acogido muy bien y no sé por qué, ojalá lo supiera, pero no.
"Publicar en España ha sido como volver a nacer. Pensé que mi carrera había acabado cuando cumplí los 75"
P. Cómo te sientes al hablar de Una mujer a quien amar, escrito hace 20 años.
R. Está escrito hace 20 años, pero podría hablar también de hoy y de mañana, una constante en literatura. En Estados Unidos, por ejemplo, se acaba de publicar la Trilogía de Grecia, escrita mucho antes todavía, y parece que está interesando. Creo que algunos de mis libros, no todos, sobrevivirán a su tiempo. Hablando de Una mujer a la que amar, ¿qué pasa si alguien lo lee veinte años después? Nada, lo importante es el alma del libro.
P. Ha sido como darle a Olga y a vuestra amistad una vida extra que no tuvisteis.
R. Sí.
P. Es bonito.
R. Sí, gracias.

P. Cómo la recuerdas.
R. Como te veo a ti ahora, muy vívida en mi cabeza. Recuerdo sus gestos, sus ojos, su mirada, su sonrisa y ahí permanecerá hasta que muera o tenga una enfermedad neurodegenerativa. Teníamos una relación de amistad en la que podíamos hablar de todo. No fue una relación erótica, éramos amigos. Uno tiene pocos amigos así en la vida.
P. ¿Has cambiado mucho desde el hombre que eras aquí al hombre que eres hoy? ¿Te reconoces?
R. Tendrías que preguntarle a mi mujer. (Se ríe). He cambiado, por supuesto, porque he envejecido, tengo 87 años. Espero no ser el mismo que antes, no he perdido mi curiosidad por aprender. Me encanta leer autores nuevos, estar en forma y leer libros en español, que no lo hablo porque nunca he recibido clases y lo que sé es lo que he aprendido por mi cuenta en libros de gramática. Mientras me funcione la cabeza tendré una buena vida. Sócrates decía que el secreto para envejecer bien era tener nuevas metas.
El peligro de la nostalgia
P. En Una mujer a la que amar haces un repaso de su vida. ¿No te parece que la nostalgia puede ser peligrosa?
R. Sí, bastante a menudo. En este libro hablo de cómo amueblar la nostalgia puede hacer que te quedes a vivir en ella. Yo nunca me he comprado ninguna propiedad en Grecia, ni siquiera tengo una bici allí y esa es la razón, no quiero acomodarme en la nostalgia.
P. Según leía el libro me acordé de una película española, 'Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto', y pensé en quién hablará de mí cuando muera.
R. A mis nietos les he ido preparando para el futuro, para cuando ya no esté, y que puedan recordar lo que les dije. Es una cuestión de vanidad, sí, pero lo hago. También pienso a menudo en qué dirá mi mujer de mí cuando ya no esté, si pensará "por fin" o estará triste.
"En este libro hablo de cómo amueblar la nostalgia puede hacer que te quedes a vivir en ella"
P. ¿Y si el secreto de la inmortalidad es ser escritor? Porque de alguna forma tú ya formas parte de la historia de la literatura.
R. Es así si tienes suerte y eres muy bueno, como es el caso de Lorca o de Cervantes, pero hoy en día no hay muchos Lorcas y si los hay, duran un mes, cosas del mercado. El mercado tiene que actualizarse constantemente y cada año descubren una nueva estrella. ¿Cuánta gente lee hoy los clásicos griegos y romanos? Nadie, y es lo mejor que se ha escrito. Sófocles escribe como un dios, pero los tiempos cambian y nosotros cambiamos con el tiempo.
P. Escribes en este libro que "vivimos más tiempo, pero vivimos menos". ¿Sigues creyéndolo?
R. Por supuesto. Mi padre, por ejemplo, vivió hasta los 95 años. Vivió dos guerras mundiales, luchó con los turcos, con los alemanes, luego con los griegos y nunca fue al gimnasio. Tú y yo vamos al gimnasio un par de horas, yo acompaño a mis nietos a sus extraescolares, como a mi nieta, a la que llevo a jugar al fútbol, espero a que termine y luego la llevo al club de teatro, espero a que termine y nos vamos a casa. A diario practicamos muchas más actividades que las generaciones anteriores, algunas son elegidas y otras no tenemos más remedio, como pasar una o dos horas conduciendo.

P. Estuve en Grecia este año y cada vez que hablaba con alguien de allí acababa saliendo la crisis económica de 2008. La gente más joven siente que les robaron el futuro. ¿Puede el proyecto de la Unión Europea seguir adelante con toda una generación sintiendo que les robaron el futuro?
R. Es imposible, pero se podría cambiar esa sensación si hubiera voluntad política. Al fin y al cabo, la crisis no fue un fenómeno natural, sino un proceso provocado por la excesiva libertad del capitalismo. Yo hoy he desayunado lo que algunas personas en la India tienen para comer en toda una semana y eso es una gran desigualdad. Tenemos soluciones al cambio climático, pero necesitamos nuevos referentes políticos, gente joven decidida a crear justicia, libertad e igualdad. Tenemos que cambiar el liderazgo en Europa, porque de momento solo António Guterres, secretario general de la ONU, habla de paz, el resto, de cómo continuar la guerra en Ucrania.
P. Con este panorama, ¿eres optimista con el futuro?
R. Tengo que serlo, si tienes nietos tienes que creer en el futuro. Tengo esperanza porque hay movimientos liderados por gente joven. Mi hijo trabaja en el parlamento sueco y tiene muchas ideas, no busca poder, sino cambiar la sociedad.
Hacer lo que había que hacer
P. Termino con esto. ¿Eres feliz?
R. ¿Que si soy feliz?
P. Sí.
R. Nunca pienso en ello, de verdad. Nací durante la II Guerra Mundial, fui agredido por fascistas, mi padre estuvo en prisión y mi hermano casi muere en prisión. Éramos muy pobres y tuve que emigrar a Suecia, que no fue fácil. Pero nunca me paro a pensar si soy feliz, solo he vivido haciendo lo que tenía que hacer. Si lo soy "ay, qué bueno" (esto lo dice en español). A mí me funciona así. Sí he tenido claro que había una cosa que quería hacer y es escribir. Empecé a hacerlo con 5 años, cuando fui testigo de una ejecución por parte de los alemanes en mi pueblo. Desde entonces, mi mayor placer ha consistido en poder sentarme a escribir. Me gustan cosas sencillas como dar un paseo a solas, no sueño con tener un Ferrari, prefiero entrenar mis piernas para poder pasear.
Según nos despedimos, nos comenta que va a salir a fumar y le vemos alejarse sobre sus zapatillas negras. Debatimos mi compañera y yo si con esa edad debería, pero llegamos a la conclusión de que si alguien con esa historia llega a los 87 años, quizá se haya ganado el derecho a hacer lo que le dé la gana.
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