La hora violeta son 70.000 palabras en la búsqueda de una que no existe, la que define el estado civil de quien ha enterrado a un hijo.

Enfrentarse a la leucemia

Son todas las palabras que llenan ese libro que Sergio del Molino empezó a escribir sin querer en el hospital mientras trataban a su hijo Pablo de una leucemia. Lo hizo animado por su mujer quien, nos confiesa el autor, le dijo: "Tú lo que tienes que hacer es sentarte y escribir ese libro, hacer lo que te pide el cuerpo". Y así nació La hora violeta, esa antes del amanecer en la que no pasa nada, esa hora en la que se instalaron sus vidas desde ese momento.

"Tratamos la muerte con una pseudodelicadeza que me repguna"

Escrito con dureza, entre todas esas palabras no encontrarán un eufemismo. Aquí no hay angelitos que van al cielo tras una larga enfermedad. Pablo, con dos años, murió de leucemia. "Soy militante de eso", asegura Del Molino. "Tratamos la muerte con una solemnidad, con un eufemismo, con una pseudodelicadeza, que en realidad es miedo y desprecio, que a mí me repugna", sentencia.

Literatura de duelo

Para este ejercicio de honestidad, Sergio del Molino se inspiró en Mortal y rosa, el libro que Francisco Umbral comenzó como un ensayo sobre su ilusionante paternidad y que terminó como un homenaje a su hijo muerto a causa de la leucemia. Un golpe del que jamás se recuperó, según aseguran quienes le conocieron. Un libro "espejo" para el de Del Molino. El de Umbral es más poético y evita nombrar a su hijo.

Son ejemplos de la llamada literatura de duelo. Esa a la que la periodista estadounidense Joan Didion se entregó en su medio reportaje, medio ensayo El año del pensamiento mágico para exorcizar la muerte de su marido y de su hija con apenas dos años de diferencia, o la que le permitió a la poeta colombiana Piedad Bonnett asimilar el suicidio de su hijo.

"Como me puse a escribir y no a bajar botellas de alcohol, pude vivir el duelo a mi manera"

Porque esa es una de las claves de estos textos, entender al autor en su proceso de duelo. Un viaje al que nos invitó Isabel Allende con Paula, esas memorias sobre su hija escritas días después de su muerte y que le permitieron "asimilar lo que había ocurrido y aceptarlo", como declaró más adelante. "Tenía la idea supersticiosa de que mientras yo escribiera la mantendría viva".

Algo parecido a lo que sintió Sergio del Molino. "Como la literatura está bien vista y en vez de bajar botellas de alcohol me dediqué a escribir, me dejaron en paz y pude vivir el duelo a mi manera". Diez años después de la publicación de La hora violeta, se publica una nueva edición de la que solo cambiaría una cosa: "Lo único que cambiaría es un pasaje en el que me hago las preguntas acerca de si es lícito, si es legítimo hacer lo que estoy haciendo. Y me disculpo un poco con el lector por la impudicia".

Como lectores solo nos queda celebrar unas obras que seguro que ninguno de sus autores hubiera querido escribir jamás.