"Está terminado una entrevista, luego saldrá a fumar y os atenderá", nos dicen al llegar a las oficinas de Penguin Random House, en Madrid.

Los rituales de Ray Loriga -un cigarrillo entre entrevista y entrevista- no han cambiado, ni siquiera después de haber sobrevivido a la operación de un tumor cerebral. "No fue culpa mía, era una cosa genética, de un cromosoma, yo no tenía nada que hacer", nos cuenta luego con una sonrisa.

"Mi propia muerte nunca me ha parecido un gran asunto"

Recuerda con humor aquellos días en los que se enfrentó a la muerte: "El humor te da un ángulo esquinado a la hora de mirar las cosas, ya no parecen tan pesadas ni tan graves. Así puedes entretenerte mirando el lado gracioso de todo esto, que también lo tiene".

Todos los medios de comunicación le hemos preguntado por lo mismo, aunque a él "le gusta hablar de literatura", dice, pero no deja de sorprender la tranquilidad con la que vivió (y vive) todo el proceso. "Lo único que tienes que hacer ahí es descansar mucho y estar tumbado. Es como un coche en un garaje. La única muerte que me preocupa es la de otro, la de un ser querido. La propia, ni antes ni durante ni después me ha parecido nunca un gran asunto".

La vida tras sortear a la muerte

Las consecuencias de la enfermedad (pérdida de un oído, problemas de visión en un ojo y parálisis facial) las cuenta él mismo en su nueva novela, 'Cualquier verano es un final', a través del protagonista, Yorick. "Estuve muerto durante un par de minutos largos en la mesa de operaciones y ni vi a Dios ni nada parecido. Ni la luz al final del túnel, ni túnel siquiera", se lee en el libro.

"A los personajes les tienes que donar cosas tuyas para que estén vivos", dice Loriga . Así ha dado vida a Yorick, un tipo que ha estado a punto de morir, y a Luiz, otro que, cansado de vivir, se quiere quitar la vida. "No escribo para sanar heridas, ni propias ni ajenas. No hago autoayuda. Simplemente me parecía un buen contrapeso, quería plasmar la misma experiencia pero vista desde dos ángulos muy distintos", cuenta el escritor.

"No escribo para sanar heridas, ni propias ni ajenas"

Con la muerte sobrevolando cada página, entre los dos surge una amistad que se convierte en obsesión. "La amistad llevada a este grado desaforado conlleva todo lo que un amor romántico puede contener: celos, euforia, desesperación...", reflexiona Ray Loriga. "Es amor. Es amor porque conlleva una invención, una creación. Cuando uno se enamora de alguien, de alguna manera lo está reinventando, lo está sublimando, por eso duelen tanto los desamores".

El novelista de una generación

'Cualquier verano es un final' es su duodécima novela. Ya han pasado más de 30 años de aquellas primeras obras como 'Lo peor de todo' (1992) o 'Héroes' (1993), con las que encabezó una nueva generación de escritores. O aquel 'Tokio ya nos nos quiere', que le valió una descripción por parte del New York Times que le ha perseguido toda la vida: 'una estrella de rock de las letras europeas'. "No queda nada porque nunca hubo nada, nunca he sido una estrella del rock, no sé tocar ni la bandurria", dice Loriga entre risas.

"Nunca he sido una estrella del rock, no sé tocar ni la bandurria"

Tampoco hay rastro de ese chaval melenudo de chaqueta vaquera, con cadena en el pantalón y enormes anillos en los dedos, que se presentaba a las entrevistas con una moto -con la que después se estrelló-. Una imagen que puedes ver en el vídeo que acompaña estas líneas, y que le enseñamos al propio Loriga. "No había visto estas imágenes nunca. Me parece un poco innecesario presentarse así al mundo, pero imagino que en aquella época me pareció buena idea", dice riéndose. "Y en los ochenta había peinados peores, eh".

Precisamente el fin de la juventud también está presente en 'Cualquier verano es un final". Una novela que Ray Loriga define como "suave, dulce y amena. Un baile encantador con una sombra siniestra".