Vuelve Eduardo Mendoza y nos encantaría decir que lo hace con su mejor novela, pero no lo sabe ni él. "Ojalá sea la mejor", responde con ese humor tan suyo.

El enigma de escribir

Si es la mejor o no, si es buena o mala, "confía en el criterio de los demás", dice, porque que él le da tantas vuelvas que cuando termina no sabe si le ha quedado bien o mal. "Solo le doy al botón y la mando", bromea.

Ahora publica su nueva ficción, esa que se prometió no escribir, pero que le salió sola. A la pregunta de cómo es posible escribir cuatrocientas páginas sin querer, responder: "Me interpuse esa a norma y al día siguiente pensé que por qué tenía que obedecer".

Los nórdicos han hecho mucho daño

El resultado es Tres enigmas para la Organización, una novela de espías de las que él es ferviente lector y estudioso, aunque asegura que ahora "están en horas bajas porque desde que no hay Unión Soviética la cosa ha perdido mucho". Y sobre el éxito de la novela de negra nórdica, señala que "son muy pesadas". "Los nórdicos han hecho mucho daño", sentencia.

Espionaje cañí

La suya es una novela de espías a la española, más parecida a Mortadelo y Filemón que a las intrigas de la CIA, más parecida a ese Quijote que se burla de las novelas de caballerías y que relee a menudo. "Me gusta ese juego de burlarse de unas novelas, que sabe que son malas, pero que admira profundamente", dice Mendoza.

Las cosas primero me divierten y luego las pienso

Y si a Cervantes le debe el Premio en 2016 y la inspiración, a su Barcelona natal le debe el escenario de sus mejores novelas. Confiesa que le gusta ir en transporte público a los mercados, pasear por la calle y observar.

Sería fácil imaginárselo como ese Gurb que se paseaba disfrazado de Marta Sánchez, cono ese humor suyo tan de verdad, el de la gente que al sonreír se le quedan pequeñitos los ojillos. "Es que las cosas primero me divierten y luego las pienso", reflexiona el escritor. Y qué gran filosofía de vida.