"Cuando mi padre se muere deja un vacío muy grande, y hay montones de preguntas que no pude hacer", nos cuenta Carlos Holemans en la librería La Mistral de Madrid. "Todo este tiempo ha sido un tiempo de diálogo permanente con él. Estás todo el rato pensando y haciéndole preguntas que tratas de responderte a través de documentos e investigación".

"Mi padre tenía un pasado más complejo de lo que podía prever"

Carlos se refiere a los más de diez años que ha estado documentándose para averiguar quién era exactamente Karel Holemans, el padre que perdió a los 16 años. "Era un padre fantástico, muy cariñoso, pero tenía un pasado largo y mucho más complejo de lo que yo podía prever".

El pintor que no pintaba

Karel Holemans fue un pintor de cierto prestigio en la Bélgica de los años 30. De hecho, uno de su cuadros cuelga hoy en las paredes del Museo Reina Sofía. Que su padre era pintor Carlos sí lo sabía. Era. Porque en algún momento, ya instalado en España, lo dejó, y desde entonces nadie supo muy bien qué hacía.

"Mi padre estaba rodeado de personas de otro tiempo, de otro lugar"

"Cuando llegaba el típico día de clase en el que el profesor nos preguntaba que a qué se dedicaba nuestro padre, uno decía médico, otro abogado, otro panadero... Y cuando llegaba mi turno no sabía qué decir", relata Carlos. "Yo no sabía a qué se dedicaba mi padre".

Creció en la Tarragona de los 60 y recuerda recorrer los bares de la ciudad junto a su padre Karel. "Siempre estaba rodeado de personas que hablaban las seis lenguas que él dominaba y que yo no entendía", comenta. "Eran personas de otro tiempo, de otro lugar. Hablaban de la guerra, que para mí era algo que salía en las películas, pero me di cuenta de que para ellos había ocurrido de verdad". Y un día, el joven Carlos, llevado por la curiosidad, le preguntó a su padre: Papá, ¿tú conociste a Hitler? A lo que él respondió: No personalmente.

Redescubriendo a un padre

Para averiguar a qué se refería su padre, tras su muerte, Carlos decidió investigarlo. Era el momento de rellenar los silencios que habían acompañado a su familia durante años. Lo primero fue tirar de papeles de familiares, de cartas, y, sobre de todo, de traductores. "Mi padre no quiso nunca enseñarme flamenco", cuenta. "Quiso mantenerme en una burbuja española para protegerme de quién sabe qué peligros. Le salió fatal -dice con una sonrisa-, porque luego me casé con una flamenca y mi hijo es bilingüe en español y en flamenco".

"Mi padre es condenado a muerte por ser agente del enemigo"

Entonces llegó el momento de viajar a Bélgica, donde redescubrió a su familia belga. Comenzó así a frecuentar a sus primos y descubrió que tenía primos hermanos. "Ellos tampoco sabían demasiado de mi padre. Tenían el espejo que yo tenía. Para ellos mi padre era el tío Karel, el que un día se fue y nunca más regresó".

Pero uno de los documentos más relevantes se encontraba en el Palacio de Justicia de Bruselas. Hasta allí fue Carlos con un abogado. Se encontraron frente a una mesa llena de papeles, entre los que había una sentencia judicial. "La sentencia dice que mi padre es condenado a muerte por ser agente del enemigo. Es cuando tengo constatación de que ha trabajado para los alemanes". Su padre fue espía. "Es algo que sospecho desde joven, pero lo confirmé en ese momento, hace dos años".

Espía nazi

El acercamiento al nazismopor parte de Karel Holemans fue progresivo. Casi natural, teniendo en cuenta sus ideas políticas. Pertenecía al VNV, un partido político nacionalista flamenco que soñaba con crear el Dietsland, un territorio monolingüe, utópico, en el que solo se hablara neerlandés.

El partido, como otros tantos partidos nacionalistas europeos, estaba financiado por el régimen nazi desde antes del estallido de la II Guerra Mundial. "Alemania, en ese momento, está creciendo, armándose, disponiéndose a invadir a Europa, y le interesa ayudar a los partidos que sabe que serán sus futuros aliados", asegura Carlos Holemans. "Mi padre Karel, como militante del VNV, partido proalemán, vio la invasión alemana de Bélgica como una buena noticia".

"El negocio familiar era el espionaje y la venta de información"

La invasión se produce finalmente en 1940. Poco después, Karel Holemans, temiendo por su vida, decide contactar con los nazis para espiar para ellos. Su objetivo, en realidad, era huir del país, y hacerlo en misión para los alemanes era la mejor opción.

Pero no estaba solo. Su entonces mujer, Rachel Vanderels, militante del partido socialista belga, hacía lo propio pero para la resistencia. "Entre ambos formaban un animal de dos cabezas", explica Carlos. "El negocio familiar era el espionaje y la venta de información. Tú qué tienes, yo qué tengo, y cómo conseguimos salir de esta guerra en la que estamos metidos indemnes y, a ser posible, en el lado de los vencedores".

Esta es solo una pequeña parte de una vida de película. Una vida, la de Karel Holemans, que su hijo ha podido por fin reconstruir en un libro: Los espías no hablan. Una obra que le ha permitido reencontrarse con el padre que tantos secretos le ocultó.