Somos todos y cada uno de los cuentos que nos han contado. Y Cristina Fernández Cubas lo sabe mejor que nadie. Su vida ha estado hecha de relatos, de páginas breves y a la vez infinitas, de mundos extraños que se esconden en lo cotidiano. Cuarenta y cinco años dedicados al cuento no pueden ser una casualidad.
Eso sí, nunca ha sido un camino fácil. La propia autora recuerda cómo, al inicio de su carrera, el género estaba condenado a un rincón menor. "Siempre te decían: vuelva usted cuando tenga la novela. Y eso era tremendo", rememora con una mezcla de ironía y resignación.
"Siempre te decían: vuelva usted cuando tenga la novela. Y eso era tremendo"
La palabra 'cuentista' tenía entonces un eco marginal. "Claro que eran pocos mis lectores —admite— porque ya te digo yo que el cuento no tenía mucho predicamento en aquellos tiempos". Había que sostener la vocación casi en soledad, sin apoyos ni un mercado que le hiciera justicia.
Reivindicando el cuento
Y, sin embargo, con los años la perspectiva cambió. Aquella escritora que empezó en un género secundario se ha convertido en una de sus principales referencias. Hoy, Fernández Cubas contempla la escena con orgullo: "Hay más y hay grandes cuentistas ahora. Yo creo que ya se está contemplando el cuento como género". La afirmación, lejos de sonar reivindicativa, parece más bien una constatación de que el tiempo le dio la razón.
"Hay más y hay grandes cuentistas ahora. Yo creo que ya se está contemplando el cuento como género"
Su primer libro, Mi hermana Elba, ocupa un lugar especial en esa trayectoria. No solo por haber abierto el camino, sino por su insólita repercusión: se convirtió en lectura obligatoria en institutos catalanes. La autora sonríe al recordarlo, consciente de que la obligación rara vez despierta entusiasmo adolescente. "Las cosas que te obligan a leer a esas edades no gozan de muy buen recibimiento", comenta divertida.
La anécdota que guarda de aquellas firmas es reveladora: "Una chica se acercó muy decidida y me preguntó: ¿nos podrías decir qué nos van a poner en el examen de selectividad?". Ese fue, quizá, su primer contacto directo con una generación de lectores que no llegaba por voluntad propia, sino por mandato escolar.
Décadas después, la escritora sigue fiel al género breve. Ahora publica Lo que no se ve, un volumen compuesto por seis relatos donde lo sobrenatural se convierte en protagonista. Como ella misma dice es la "la parte, digamos, oscura de las cosas. Lo que no se ve pero está ahí". Esa es la materia de sus cuentos: lo invisible que late bajo la superficie, lo extraño que asoma entre lo cotidiano.
Sus historias son prueba de que lo que no se ve puede ser más poderoso que lo visible
Es en ese preciso lugar donde Cristina Fernández Cubas sitúa sus ficciones. Ahí están todas esas historias que llevamos con nosotros, aunque no siempre sepamos reconocerlas. Su literatura insiste en esa grieta: lo familiar que se torna inquietante, lo conocido que revela un fondo inesperado.
La temida vejez
Quizá por eso sus relatos siempre han jugado con la fragilidad de la mente y con la percepción. La autora lo confiesa con una inquietud que traspasa sus palabras. Es ese miedo que llega cuando la edad avanza inexorable: "Gente con cerebros buenísimos que un día les falla la mente... Esto me asusta", reconoce. Es un miedo natural y visceral que también introduce en su obra. Es como si cada cuento fuera un espejo que devuelve una imagen deformada de lo real, obligándonos a mirarla con otros ojos.
A lo largo de casi cinco décadas, Fernández Cubas ha demostrado que el cuento no es un género menor, sino una manera intensa y precisa de explorar lo que nos hace humanos. Sus historias son prueba de que lo que no se ve puede ser más poderoso que lo visible. Y que los relatos que nos acompañan —los que heredamos, los que inventamos, los que leemos— acaban por definirnos.
Porque, como ella misma parece recordarnos con cada libro, somos todos y cada uno de los cuentos que nos han contado.
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