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THE KLF Y OTROS EXCÉNTRICOS QUE PRENDIERON FUEGO A SU DINERO

La banda que quemó un millón de libras (y otras veces que el dinero ardió)

23 años después de que el grupo de música The KLF quemase un millón de libras, recordamos a otros artistas, millonarios y excéntricos que han prendido fuego a su dinero.

- Se acabaron los 23 años de silencio. Vuelve KLF, el grupo que quemó un millón de libras

Se acabaron los 23 años de silencio. Vuelve KLF, el grupo que quemó un millón de libras Se acabaron los 23 años de silencio. Vuelve KLF, el grupo que quemó un millón de libras

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El 23 de agosto de 1994, Bill Drummond y Jimmy Cauty, componentes de la banda The KLF, quemaron un millón de libras en la isla escocesa de Jura. La pila, formada por veinte fajos de billetes de 50 atados con celofán, tardó 67 minutos en arder.

Un millón de libras de la época es lo que hoy cuesta una casa de tres dormitorios en el barrio londinense de Chelsea. 67 minutos es lo que dura la película ‘El chico’, de Charles Chaplin. Mientras los ingleses la veían por televisión ese día, desaparecía de este mundo un millón de libras esterlinas. A Charlot le hubiesen bastado unos peniques para no tenerse que comerse un zapato. Otras cosas que hoy en día podrían comprarse con ese dinero son: un jet privado, un ejemplar de la primera edición de ‘Alicia en el País de las Maravillas’, cuatro años de vida en el Ritz de París, y, en general, la felicidad de cualquier hijo de vecino.

Los KLF, sin embargo, prefirieron quemar su millón, que habían ganado con los royalties de sus canciones. Luego fabricaron un ladrillo con las cenizas; un ladrillo de un millón de libras que, aunque parezca sorprendente, no usaron para aplastarse el cráneo una vez que el fuego se apagó y la euforia del momento empezó a enfriarse.

Sin embargo, hay quien asegura que Bill y Jimmy ya no volvieron a ser los mismos. Eran, para empezar, mucho más pobres que antes de encender su fogata.

Un billete envuelto en llamas es uno de los mayores espectáculos que uno puede presenciar. También uno de los más baratos: basta con tener un dólar en la cartera.

No obstante, no es algo que uno vea todos los días, pues es preciso un temperamento especial para llevarlo a cabo y echar por tierra todas las posibilidades que ofrece un billete (con un solo dólar creó su imperio el gallego Belarmino Iglesias, propietario del mejor restaurante de Sao Paolo). Por eso, quemar dinero suele ser cosa de artistas y provocateurs.

El ejemplo de los KLF aún perdura. Hace un par de años, un estudiante de arte en la famosa Central Saint Martins anunció que, para protestar contra el capitalismo, quemaría el préstamo universitario que había recibido, algo parecido a lo que ya hizo en 2014 el activista chileno Francisco Tapia.

En 2010, el artista Dread Scott hizo una performance del estilo frente a la New York Stock Exchange, quemando su dinero mientras repetía “Money to burn, money tu burn”.

Los chicos de Cabaret Voltaire quemaron un puñado de billetes y con sus cenizas el dadaísta Robert Wolf se pintó el cuerpo.

Micah Spear, un artista de Baltimore, vende fajos de billetes quemados: suspendidos en urnas transparentes, recuerdan todas las cosas que podrían haber pagado y que el fuego mandó al infierno.

El californiano LeRoy Stevens fundió 100 dólares en monedas de un penique usando la luz del sol y una enorme lupa. Con 100 dólares, unos 85 euros, uno puede ir en avión a Roma o hacerse amigo del Museo del Prado.

Famosa es también aquella vez en que el cantante Serge Gainsbourg quemó un billete de 500 francos en una cadena de televisión francesa, para quejarse de una subida de impuestos. Con el mismo espíritu crítico, el activista Abbie Hoffman solía quemar dólares en Wall Street.

En 2010, un grupo de feministas suecas hicieron una barbacoa con cien mil coronas, una cantidad que representaba el salario que, cada minuto, las mujeres de Suecia pierden en comparación con sus compañeros de trabajo masculinos. Por esa misma suma de dinero, es posible comprar 1200 copias del segundo disco de Estefania de Mónaco o un reloj de Jaeger-LeCoultre.

Otras veces, el dinero se quema por pura maldad (como el Joker en El Caballero Oscuro) o por sufrir alguna enfermedad mental, aunque en general nadie suele estar tan loco ni ser tan masoquista como para quemar su propio dinero.

Más frecuente es hacerlo por vanidad, como el hijo de un diputado mexicano que se grabó encendiendo un cigarrillo con un billete de 200 pesos, la fantasía de todo hortera. “¡Ah! No hay nada mejor que un cigarrillo… salvo un cigarrillo encendido con un billete de 100 dólares”, decía el payaso Krusty en un capítulo de Los Simpson.

Otros que, indirectamente, queman dinero, son aquellos psicólogos que recomiendan a sus pacientes quemar un billete cada vez que se muerden las uñas, o como terapia para dejar de fumar.

También se usa el dinero como combustible, para procurarse calor. Como Pablo Escobar, que quemó dos millones de dólares para que su hija no muriera de frío en su escondite de Medellín; o Yong Chun Kim, un montañero de 66 años que tuvo que aguantar temperaturas inferiores a los 9º bajo cero en el monte Rainier de Washington y se vio obligado a quemar billetes de uno y cinco dólares.

En la República de Weimar, tras la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial, la inflación llegó a tales niveles que el valor del papel era mayor al nominal de los billetes, de manera que los alemanes empezaron a utilizarlos para calentar con ellos las casas. Peor es cuando, años más tarde, les dio por quemar libros.

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