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MADRES QUE RENUNCIARON A SERLO

Cuando en España se regalaba a los hijos

La socióloga israelí Orna Donath abrió recientemente la caja de pandora con su estudio 'Madres arrepentidas', un libro donde continuamente se hace la pregunta ¿desearía que mi hijo muriera para ser libre? Hace años en España la pregunta era otra: ¿y si regalamos a nuestro hijo?

-Niño pequeño de la mano

Niño pequeño de la mano Agencias

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No existe un solo hecho que marque más nuestra vida que ser padres, una vez nacido es difícil quitárselo del medio. Orna Donath profundiza en su libro en ese punto de no retorno en el que sientes que puedes rehacer y enmendar cualquier decisión que hayas tomado, pero ninguna opción realmente será tan importante, absorbente e irrompible como el hecho de ser padres..

Con su libro superventas que ha removido los cimientos del pudor y de lo políticamente correcto en cuestión de paternidad, y se enfrenta de lleno desde sus primeras palabras a esa sensación de trascendencia que nos dan los hijos: “¡Te arrepentirás! ¡Te arrepentirás de NO tener niños!” es lo que cualquiera escucharía si se le empieza a pasar el arroz.

¿Pero qué hay de cuando te arrepientes de tenerlos? Dárselos a alguien ya no es una opción, pero durante muchos años sí lo fue.

Angelines era una vecina con la que crecí, ella vivía con sus abuelos y nunca veía a sus padres. A mi no me parecía extraño, yo también me crié con mis abuelos porque mi madre trabajaba mucho, pero por la noche dormía bajo el mismo techo que mi madre.

Yo siempre me vi como un bicho raro por ser hijo de padres divorciados en 1983, pero también siempre supe que lo de Agelines era aún peor: ella vivía en con sus abuelos mientras en la casa de sus padres ellos tenían dos hijas más, menores que Angelines.

Todo empezó de forma provisional: dejaron a Angelines con los abuelos para que les echaran una mano al principio, eran padres primerizos y todo esto les sobrepasaba. Pero ya no quisieron recuperarla cuando les fue mejor.

Después tuvieron otras dos hijas, a las que criaron como tales. Estas dos no iban a casa de los abuelos de visita, sin ser tabú no era del todo agradable encontrarse con su hermana “expatriada”. Recuerdo el día en que Angelines me dijo que su padre se había comprado un coche nuevo precioso, pero que aún no lo había podido ir a ver porque hasta Navidad no era muy normal que coincidieran en algo.

Angelines se ponía muy guapa para ver a sus padres. Cuando hablaba de ellos lo hacía como si fueran unos tíos lejanos, y su hermanas unas primas que le miraban por encima del hombro. De facto era hija de sus abuelos, pero sus padres seguían siendo sus tutores legales. Han pasado casi 30 años y Angelines sigue viviendo en la misma casa, cuida de su abuela, el abuelo ya falleció.

Esta disgregación familiar hoy sólo sería propia de familias muy desestructuradas o con gravísimos problemas económicos. Nuestra moral no nos lo permite pese a que esta fue una práctica relativamente común en España hasta los 80.

Legalmente todo se resolvía con la firma de un documento que eximía a los padres de derechos y obligaciones. En los 70 y los 80 bastaba con la firma de cualquier adulto. Quizás manteníamos la idea de que los niños son de la manada, y si era la abuelita la que te cuidaba, la abuelita firmaba. Porque no había llegado el boom de las separaciones matrimoniales ni las luchas por la custodia de los hijos. Había una falta de control legal que favorecía que los niños vivieran con quién la familia consideraba oportuno. Y ya está.

María, que tuvo a su segunda hija apenas 13 meses después de nacer la primera (concebida en su luna de miel), su cuñada le pidió a la recién nacida. Ella no podía tener hijos y estaba claro que María era una mujer fértil que podía tener tantos como quisiera y no echaría de menos a uno de tantos por venir. Era 1963, y la petición no tenía nada de descabellada. Sonaba a compensación natural: los que tienen (muchos hijos) dan a los que no tienen. María se negó.

Muchos estudios hablan del desarrollo emocional de los niños adoptados, de cómo han vivido sabiendo que sus verdaderos padres no quisieron o pudieron hacerse cargo de él, de posibles problemas en la adolescencia… Pero nadie habla de aquellos que vieron cómo sus padres seguían ahí, en la misma ciudad, en el mismo barrio, coincidiendo en fiestas familiares, viendo cómo ejercían de padres con los otros hijos, que habían tenido la suerte de nacer antes o después que ellos.

Son una realidad no registrada, y por lo tanto no existen. Como tampoco existen para ellos sus padres biológicos a pesar de la proximidad porque, como dice la canción “es tu distancia, estando cerca, la que más duele.”

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