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Y TE VOY A CONTAR POR QUÉ

Entrevistar a actores no tiene tanto glamour como la gente se cree

En la mayoría de los casos -no todos porque siempre hay excepciones que se recuerdan de por vida- el periodista entra, saluda, recibe un apretón de manos, hace sus preguntas, el actor/director/guionista contesta con más o menos posibilidad de convertir su respuesta en titular, el primero se va, el segundo se queda, entra otro periodista; y así en bucle durante horas.

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Los que nos dedicamos a esto de escribir de series y cine tenemos la suerte, porque lo es, de poder conocer a gente muy interesante que habitualmente no traspasa la pantalla para la mayoría. Personas a las que se admira por su trabajo y que no son accesibles para el resto del mundo salvo que, de casualidad, se los encuentren por la calle y tengan el cuajo de pararles e interrumpirles su vida de ciudadano normal y corriente. Claro, que paseando por Madrid no te vas a encontrar a Harrison Ford o Meryl Streep, por ejemplo.

Sin embargo, entrevistar a las estrellas del cine y la televisión no tiene ese halo de glamour que los ajenos a este mundillo suelen creer más allá de los hoteles que pisas y que no podrías pagar con tu sueldo de freelance. “¡Anda, qué bien! Has conocido a Fulanito de tal o Menganita de cual!”, dicen cuando comentas a qué te dedicas. Error, no se trata de ‘conocer’ a nadie, sino de lanzar unas preguntas y compartir un mismo espacio durante unos minutos por razones, para ambos, de trabajo.

Llegas allí con tu libreta, tu bolígrafo y tu grabadora. Te presentan, os sacudís la mano y al tajo, que no hay segundos que perder. Porque si de algo suelen carecer este tipo de encuentros es de tiempo. Somos muchos medios y todos queremos una entrevista. Con suerte y si vas con cámara porque eres una televisión, un medio digital o representas a un medio grande, tienes cinco o seis minutos para ti solo. Eso equivale por norma a tres o cuatro preguntas con sus correspondientes respuestas si quien está enfrente no se enrolla mucho y comparte idioma con el que comunicaros. Si necesitas que te traduzcan, adiós a los cinco minutos. Si, llegado el caso, el interprete hace traducción simultánea (gracias gremio de los intérpretes), has triunfado.

En ocasiones, en el mundo de las series es más habitual que en el del cine, dispones de un cuarto de hora o un poco más. Eso ya es otra cosa. Da tiempo a los preludios, a las típicas preguntas de entrada (hay que hacerlas nos guste o no), a poder profundizar un poco más y quizá hasta a satisfacer alguna curiosidad personal ajena a la producción que vengan a promocionar. Con ‘curiosidad personal’ se entiende la de uno mismo, la del periodista. En plan, ¿te acuerdas de aquella escena de esa película que rodaste hace veinte años? Cosas así. La vida privada queda fuera porque ni interesa en este contexto ni procede.

Luego están las entrevistas en grupo, que, dependiendo de la cantidad de periodistas sentados a la mesa, suelen dar juego por aquello de que lo que no se le pasa por la cabeza preguntar a uno se le ocurre a otro. Puede suceder que la mesa esté más masificada que la de la boda de tu tía la del pueblo y entonces no te llegue el turno de pregunta y te vayas a la redacción o a tu casa (que hay mucho freelance en este negocio) con la pregunta en la punta de los labios. Ahí sí que ni conocer ni intercambiar cuatro palabras. Básicamente lo que has hecho es compartir espacio físico con Antonio Banderas y escucharle cómo respondía a las preguntas de los compañeros.

Además, en esta ecuación matemática entran en juego otros factores que condicionan. No es lo mismo que te toque el primer turno que el último, cuando el entrevistado está ya cansado de contestar durante cinco horas las mismas preguntas una y otra vez. Es algo así como la visita al pediatra de unos padres primerizos. Quien lleva la bata blanca sabe que le van a hacer las mismas preguntas que ha contestado cientos de veces. Es un rollo, cualquiera lo entiende. Pero la obligación de quienes estrenan parentesco es preguntar y la suya, doctor, contestar poniendo buena cara. ¡Ojo, que también puede ocurrir todo lo contrario! Cuatro de las entrevistas de las que mejor recuerdo guardo fueron las últimas de una larga jornada.

Luego están los agentes de las estrellas venidas de Hollywood, que a veces no hacen más que poner pegas y están ahí vigilando a tu espalda por si lanzas una pregunta impertinente. Ni se te ocurra preguntarle a Justin Timberlake sobre su faceta de cantante porque él está aquí para hablar de la película. Y luego va el personaje en cuestión y, sin que tú le preguntes, habla de eso que en teoría de no quería hablar. No, no es el caso de Timberlake y su música. Pero sí el de Sam Taylor-Johnson, directora de ‘Cincuenta sombras de Grey’ sobre sus más y sus menos con la saga.

Ni fotos ni autógrafos, por favor

¿No te has sacado una foto con este o aquella? Es una de esas preguntas recurrentes que suelen hacerte después los ajenos. O eso de ‘pídeles un autógrafo para mí, ¡anda! Pues mira, no, que yo voy ahí a trabajar y si cada uno que va se hace un selfie o pide que le estampen su firma está perdiendo un tiempo valioso y luego nos quejamos de que si va con retraso el asunto. Es algo que suelen avisar los responsables de comunicación de distribuidoras de cine y canales de televisión: nada de fotos ni de autógrafos, por favor. Al menos antes lo hacían. Ahora se da por supuesto.

A modo de conclusión, un apunte. Los actores, señores, son lo que son. En su mayoría unos profesionales que saben a lo que han venido y cumplen con su papel a la perfección. También es verdad que a veces, porque se conecta con ellos o por lo que sea, las entrevistas pasan de ser un partido de tenis en el que se lanzan preguntas y respuestas a una conversación. Es algo que suele ocurrir más con directores y guionistas. Dan mucho más juego, aunque tengan menos tirón a la hora de invitar al dichoso clic.

Esas son las entrevistas que realmente se disfrutan, las que mutan en una charla. Las hay y por eso esta es una de las partes más divertidas e interesantes de esta profesión. Y cuando para hablar con Naomi Watts, Jason Bateman y dos The Denfenders (Matthew Cox y Finn Jones) te llevan a Londres, también es un placer. Otra cosa que mola es que te paguen por ver películas y series, pero como siempre digo cuando alguien se pone muy pensado con eso de lo afortunado que eres y que no puedes quejarte de lo poco que cobras: “Sí, me pagan por ver series y pelis. Las malas, también”.

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