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CADA DOS MESES, LAS MADRES TENEMOS QUE INGENIAR UN NUEVO DISFRAZ

Soy madre y estoy harta de disfrazar a mis hijos para el cole cada dos meses: hoy toca de loro y cabaretera

Halloween, Navidad, Carnaval y San Isidro. Es decir, octubre, diciembre, febrero y mayo. Disfraces cada dos meses que no pueden reutilizarse de año en año la mayoría de las veces –más aún si el mayor es niño y la pequeña, niña o viceversa–. Y, para colmo, en el último lote llevas un loro y una cabaretera. Menos mal que en Primaria la cosa cambia, ¿verdad?

-Disfraz de cabaretera

Disfraz de cabareteraAmazon

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Primero tenemos Halloween, con sus dientes afilados, sus gorros de brujos y brujas y sus telarañas. Suele ser de temática libre, pero que dé un poco de miedo. Así que si tienes una de esas capas negras multiuso que lo mismo valen para vampiro que para Batman y un poco de pintura de cara, haces el apaño sin mayor complicación.

Claro, que también puede ser que a tu hijo ese año le dé por querer ir de momia y te pases la tarde del día previo a la fiesta cosiendo tiras de tela blanca a un pantalón y una camiseta porque, ¿para qué vas a molestarte en gastarte pongamos 20 o 30 euros en un disfraz de momia que solo va a usar una vez?

Bolsa de basura y papel de aluminio

A tu hija, que con tres años aún no tiene muy claro de qué quiere disfrazarse, vas y con mucha maña, una bolsa de basura y un poco de papel de aluminio le preparas la noche antes un disfraz de bruja la mar de apañado. Luego, camino del cole, te darás cuenta de que la mayoría llevan disfraz de verdad y que tu hija parece la ‘brujilla basurilla’. Da igual, ella está feliz con sus estrellas de papel de plata. Y tú también porque el resto de mamás y papás alaban tu arte con la tijera y el pegamento.

Y entonces, sin tiempo para recuperarte del esfuerzo que supuso eso de ‘currarte’ los disfraces de Halloween, llega la función de Navidad. Ni dos meses han pasado. Da igual, en realidad es divertidísima y todos los padres babeamos con nuestros pequeños retoños sobre el escenario cantando el villancico de turno en castellano primero y en inglés después al compás de los cascabeles.

Que se note que las nuevas generaciones vienen pisando fuerte con el inglés y no seguirán yendo de academia en academia a los treinta. Además, están muy monos, con sus trajes de Papá o Mamá Noel. O, en su defecto, con cualquier combinación de ropa roja y blanca que suele ser aprovechable para el día a día. Salvo que tu hija diga que la falda de tul esa te la pones tú si te atreves para un día normal, que abulta mucho y sentarse en un engorro.

¡Qué le vamos a hacer! Los críos son así. Después de todo, si calculaste bien, podrás usar ese traje de Papá Noel para el próximo año. El truco está en comprarlo al menos una talla más grande. No pasan ni dos meses del calendario cuando ¡zas! llega febrero con sus Carnavales. Y otra vez a disfrazarse. Este año el cole ha decidido apostar por los musicales. Un género que no te apasiona, pero qué le vas a hacer. Ser una rancia es lo que tiene.

El loro y la cabaretera

Al mayor le ha tocado ‘El Rey León’. ¡Qué película tan bonita! Lástima que de las posibilidades al tuyo le haya tocado ir de Zazú o de loro. Podría haber sido león, jirafa o cebra, que por Internet se encuentran unos pijamas la mar de majos, a buen precio, calentitos (que van a salir al patio a hacer el show en febrero de parte mañana) y reutilizables. Podrían dormir con ellos. Pero no, al tuyo le ha tocado de pájaro. Hakuna matata.

Coser plumas no es una opción, demasiado tiempo. Así que optas por comprar. Lo coges grande con la inútil esperanza de que algún día pueda reutilizarlo. Bueno, pues el de cinco ya está listo. Podría haber sido peor. De hecho, va a ser peor. Porque tu hija, de tres años, tiene que ir de cabaretera. Sí, de cabaretera. Empiezas a mirar los disfraces y como que no, que no te convencen.

¿En serio? Con la cantidad de musicales infantiles que hay tenía que ser de cabaretera. Al final encuentras uno más apto para niñas, más infantil, y lo compras sabiendo que es un gasto absurdo, que no se podrá reutilizar. No queda otra. Hakuna matata. Refunfuñas y protestas cual Grinch del Carnaval.

Un disfraz de viejoven

Puro desahogo, porque luego te colocarás en primera fila para sacar fotos y grabar vídeos cual posesa. Porque hay que inmortalizar el momento y ellos, los niños, se lo pasan bien. Encima los tuyos no son como la seta de su madre y tienen el ritmo en el cuerpo. Son el alma de la fiesta.

Después de todo, ¿de qué te quejas? Rápido se te olvidará lo del loro y la cabaretera porque llegará el horrible momento de disfrazarles de chulapo y chulapa. De ‘viejóvenes’, como dice el papá de las criaturas, que mira que es feo el traje, con todos los respetos a los madrileños de pro. Siempre hay algo peor en esto de los disfraces.

El número de baile incluye silla

La gran pregunta es: ¿de verdad es necesario celebrar tantas fiestas de disfraces en el colegio? ¿Una cada dos meses, más o menos, no es un poco excesivo? Vale, podría ser peor, podrían tener que disfrazarse también de paloma o de rama de olivo el día de la paz. O de, quién sabe, community manager, que resulta que ellos también tienen su día.

Y, como no todo van a ser quejas y protestas, un aplauso y agradecimiento al esfuerzo de esos profesores y profesoras de infantil que preparan las actuaciones de tus hijos con tanto esmero y cariño y se unen a la fiesta con sus propios disfraces. Bravo por ellos.

Porque lo tuyo es solo un disfraz, dos, tres… pero ellos consiguen que 26 niños de 3, 4 y 5 años se aprendan coreografías con las que tú acabarías en el suelo al primer movimiento. La tutora ha avisado de que el número del cabaret incluye silla. Eso hay que verlo.

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