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HAY CONGREGACIONES CON LISTA DE ESPERA

¿Por qué se meten a monja las chicas de hoy en día?

Aquello de meterse a monja nos suena como algo lejano, un acto con tufo a naftalina que le pasaba a otra, a la prima de la tía de no sé quién. Ninguna chica de clase, al ser preguntada sobre su futuro, decía "quiero ser monja". Sin embargo, ser monja es una opción que sigue vigente, e incluso, en algunas congregaciones, una decisión en alza que genera largas listas de espera.

-Monjas congregación Iesu Communio

Monjas congregación Iesu CommunioAgencias

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Patio de colegio, Cuerda de saltar chocando a latigazos contra el suelo lleno de sol. Dos niñas dan a la comba con ímpetu, mientras las niñas van entrando por turnos al cántico de:

Oh, mamá

qué seré

de mayor:

Soltera, casada

viuda o monja

soltera, casada

viuda o monja

La cantinela se repetía hasta que había un traspiés, la comba chocaba contra un pie y su vuelo circular se detenía de forma abrupta. El estado civil que estuviesen pronunciando tus compañeras de comba en ese momento era tu destino, que caía como una losa. Podías ser soltera (algunas niñas lo preferían, pero para otras suponía gran disgusto), casada (aplausos, vivas, caras de ocho años llenas de satisfacción), viuda (una sombra negra de preocupación cruzaba el rostro enrojecido por el esfuerzo) o monja (esto casi te retiraba del juego, te enviaba a un rincón a rumiar tu angustia).

No había nada peor que ser monja. Sin embargo, recuerdo encendidas conversaciones con una compañera, las dos sin bautizar, fantaseando de pronto con una vida espiritual entregada al ejercicio de la bondad. La idea de ser monja era como una toallita perfumada que nos limpiaba todo aquello que nos empezaba a ensombrecer la vida a ratos.

Esa búsqueda de virtud y de paz, lejos de los bandazos de la vida romántica y sexual, que a veces apetecía tanto y a veces aterraba. A finales de ese curso, viendo que lo de monja se nos iba quedando obsoleto en el juego de la comba, lo sustituimos por 'divorciada'. Porque, como bien dijo la hembra alfa de la clase, "ya nadie se mete a monja".

Congregaciones con lista de espera

Sin embargo, en cuanto pregunto en mis círculos de amistad, todo el mundo me pasa el contacto de amigas suyas, chicas jóvenes, que son novicias, que son monjas, que fueron monjas y lo dejaron. Y surgen los nombres de congregaciones estrella (Iesu Comunio, famosas por su hábito de tela vaquera y sus pasteles de diseño, o la congregación de Santa Teresa de Jesús, a la que se atribuyen largas lista de espera, a causa del fenómeno fan desatado que produce la figura de Santa Teresa), y se habla de "chicas perfectamente normales" que un día decidieron abrazar la fe y casarse con Dios.

Es el caso de Marta, una veinteañera italiana que forma parte de la orden "Sorelle de San Francisco" (Hermanas de San Francisco). La orden nació en 1999, inspirándose en la rama masculina, "Fratelli de San Francesco", y se ubica en Mantua. Según la propia Marta, que antes de responder a estas preguntas ha pedido permiso a la orden para poder hacerlo, "lo esencial de nuestra vida está en la forma en que vivimos la vida fraterna. Es una vida muy simple de oración y apostolado".

Aunque, según comenta, también se realizan acciones de caridad: "A veces las hermanas son llamadas a visitar las parroquias, acompañar a grupos de jóvenes, como guías de ejercicios espirituales Ignacianos, etc. Algunas hermanas regularmente visitan el hospital más cercano, y en los últimos meses han comenzado a estar presentes en la cárcel también".

Cuando le pregunto sobre las dificultades para una chica de hoy en día, criada en el capitalismo y en la búsqueda del amor romántico, con respecto a la elección de una vida espiritual y ascética, Marta reconoce que es normal el miedo a perder algo.

"Estamos viviendo en el consumismo, que es por definición un mundo en el que nos insta a tomar las cosas que queremos de una variedad ilimitada de productos. Esto hace que, obviamente, sea difícil tomar una decisión de este calibre. La vida que llevamos aquí se centra más en el presente. En cambio, en el mundo exterior, la gente siempre pone la mirada en el futuro, nunca se vive del todo el presente".

Chicas veinteañeras de familias muy católicas

En los casos de todas las entrevistadas, menos en el de una, la entrada al mundo católico viene de cuna. Tanto Marta como Teresa (que tiene 25 años y acaba de terminar el noviciado en una orden de la que prefiere no decir el nombre) y Carolina (que, con 22 años, acaba de abandonar su proceso de noviciado) provienen de familias muy católicas, han asistido a grupos cristianos o a scouts católicos. Marta confiesa que siempre fue sensible a la oración, amante del silencio y la reflexión.

También Teresa dice haber sentido siempre un gran desinterés, que iba en aumento a medida que crecía, por los planes que parecían los "normales": "Nunca pensé en casarme, tener hijos o tener un novio. No sabía qué sería exactamente, pero buscaba ayudar a los demás, entregar mi vida a algo más grande. Sentía que tenía que haber algo más aparte del clásico cásate-ten familia-cómprate una casa bonita".

Casi sin querer, la convicción de Teresa parece más cercana a la de una ermitaña sin apego hacia lo material, una especie de antisistema, que la que imaginaríamos en una monja. Es por eso que se acogió a una orden que hace especial hincapié en la austeridad y en ayudar a los demás, aislada en una isla que ha sufrido muchos daños debido a catástrofes naturales y que posee un gran número de huérfanos, de los que se ocupan las monjas de su congregación. Teresa recuerda con cierto disgusto el choque entre su modo de vida y el de su familia.

"Vinieron a verme una vez y vi en sus caras que les asustaban un poco las condiciones en las que vivíamos. Creo que no entendían que somos felices así, que la felicidad no es tener una buena cama y un coche y una casa bonita. Para mí es más bonito que todo eso levantarme cada día y hacer que estos niños puedan tener una vida feliz, a pesar de las circunstancias que les han tocado".

Cómo asumen las familias la clausura de una hija

La aceptación de las familias de la vocación de sus hijas parece ser un tema delicado. Por ejemplo, en el caso de Carolina, que ingresó a los 17 años en un convento de clausura papal mayor de vida contemplativa, la reacción de su familia fue un trago duro, ya que no se lo tomaron nada bien. También en el caso de Cristina, proveniente de una familia atea, la decisión provocó un cataclismo a su alrededor.

"Mi padre incluso llegó a prohibírmelo, mi hermana creyó que me había vuelto loca, y mi madre incluso fue a un terapeuta. Finalmente tuvieron que aceptarlo, como si aceptaran que me marchaba a vivir a otro continente, pero sé que aún hoy persiste cierto enfado". El caso de Cristina es poco habitual, ya que se internó en el camino del catolicismo por su propio pie, sin una familia que compartiese sus valores. "Por casualidad conocí a un chico que pensaba ingresar en un seminario. Al principio me lo tomé a risa, pero poco a poco me fui formando, leyendo todo lo que no había leído en toda mi vida. Él fue la señal que necesitaba, y se lo agradeceré siempre".

La llamada de Dios

Escuchando sus historias, resulta inevitable pensar en ese momento de 'La Llamada', esa Señal divina que les indica tomar la senda de la espiritualidad. Para Marta fue decisiva la muerte de un amigo cuando tenía 16 años.

"Ahí ya empecé a darme cuenta de que tenía una fe muy fuerte, y me preguntaba si era una cuestión de hábito, ya que venía de un ambiente católico... Pero a los 20 lo tuve claro. En un momento de dificultad, la palabra de Dios resonó muy fuerte en mi corazón".

Carolina, aunque recientemente se retiró del convento, tuvo claro a los 17 años que sentía atracción por este tipo de vida: "En la oración yo me iba enamorando poco a poco de Jesucristo. Esto es así: una se enamora y quiere pasar el resto de su vida con la Persona a la que ama".

Casi todas coinciden en esa sensación cercana al enamoramiento que las llevó a la entrega total. Cristina va aún más allá: "Yo tuve novios y relaciones con gente, sé lo que es el amor hacia una persona. Obviamente, el amor hacia Cristo es distinto, no tiene la vertiente física. Pero, si me preguntaran por el sentimiento, diría que es muy parecido al que se puede sentir por una persona a la que amas profundamente".

La renuncia al sexo

La vertiente física, lo carnal. A pesar de que me había prometido firmemente no preguntar al respecto por miedo a causar miedo y rechazo, le lanzo la pregunta a Cristina, que responde sin titubear, con aplomo.

"Supongo que es difícil de comprender para alguien que está fuera. La sociedad, de alguna forma, nos programa para que queramos una vida sexual activa, una pareja, romance. Cuando sales de todo eso te das cuenta de cuánto hay de construcción social en todo ello. La gente normal de la calle, sin saberlo, sí que está a veces clausurada en un espacio de consumo de objetos, de sexo, de insatisfacción. Al salir fuera de eso, la sensación es de liberación".

Termina la frase casi de forma apasionada, abrazando su opción con la convicción de la que conoce los dos mundos y ha elegido. Tras las palabras de Cristina, aquel juego de comba y salto del patio del recreo del que eliminamos de un plumazo la opción de ser monja, resulta ahora igual de angustioso que la celosía del convento de la ciudad de mi infancia, tras la que a veces adivinábamos sombras.

"Pobrecitas", decíamos comiendo pipas en el banco de piedra, sin darnos mucha cuenta de que nosotras estábamos también encerradas al otro lado.

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