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UN ESTUDIO DE LA UNIVERSIDAD DE HARVARD ABORDA LA MONOGAMÍA

¿Y si ser infiel fuese algo genético?

Decía Woody Allen en Manhattan que la gente "debería aparearse para siempre con las mismas personas, como los católicos o las palomas". Si se hiciera un remake de esa película, ya se podría añadir un nuevo colectivo: los ratones de Oldfield.

Infidelidad

InfidelidadGetty Images

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Estos pequeños roedores, que viven al sudeste de Estados Unidos, no solo son monógamos, son también un ejemplo de conciliación. Cuando la hembra se queda preñada, el macho, lejos de largarse por ahí con sus amigos, se afana en la construcción de un nido para el nuevo miembro familiar. Luego, cuando la cría nace, el macho los lava, los protege y los mantiene calientes. Y, por supuesto, se mantiene fiel a su pareja.

Según un estudio de la Universidad de Harvard, la explicación a esta actitud tan poco habitual entre mamíferos podría estar en los genes.

Todo empezó cuando un grupo de biólogos se percataron de un sorprendente fenómeno. Los ratones de Oldfield comparten territorio con otros roedores, los ratones ciervo. Estos últimos llevan un estilo de vida totalmente diferente: son polígamos y no se sabe de un solo ratón ciervo macho que se haya quedado en la ratonera para cuidar de sus crías.

Lo llamativo del asunto es que los ratones de Oldfield y los ratones ciervo pueden tener descendencia juntos… pero prefieren no tenerla. Y eso le dio una idea a Andrés Bendesky, investigador postdoctoral en Harvard.

Se le ocurrió cruzar esos ratones, los de Oldfield y los ciervo, y observar el comportamiento de sus descendientes a lo largo de dos generaciones. Todo, por supuesto, en condiciones controladas. El resultado ha sido el esperado: alguno de los descendientes son unos padres terribles, otros regulares y unos pocos han resultado ser unos padres modélicos. Algunos son monógamos y otros unos viva la vida.

Al analizar el ADN de todos esos ratones, los científicos han encontrado doce tramos de ADN que, aseguran, están relacionados con esa gama de comportamientos. Algunos tramos afectan a una habilidad concreta (por ejemplo, hacer buenos nidos) y otros a engloban una serie de capacidades (hacer buenos nidos, limpiar bien a los retoños, etc).

Los investigadores se centraron entonces en un gen concreto que codifica una hormona llamada vasopresina. Esta hormona se encarga de controlar la presión sanguínea y el flujo de agua a los riñones. Y, al parecer, puede influir en el comportamiento. En concreto, es la responsable de que los ratones de Oldfield desarrollen su ejemplar actitud paternal.

¿Es trasladable algo de esto a los humanos? Puede que sí. Existe un estudio, fechado en 2012, donde se segura que los cerebros de los padres humanos generan vasopresina cuando ven a sus vástagos. Pero, si tu plan es justificar infidelidades con un artículo de Nature, me temo que tendrás que seguir esperando.

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