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LOS MISTERIOS DE LA SACIEDAD

No comemos más por hambre, sino por exposición a la comida

El hambre poco tiene que ver con la cantidad de calorías que ingerimos. Muy por encima de ese factor hay otros muchos, sobre todo la cantidad de comida que tenemos disponible o justo delante de nuestros ojos cuando nos ponemos a comer.

Menudo postre más rico

Menudo postre más ricoPixabay

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En todos los países y culturas donde se ha estudiado la ingesta de alimentos se han producido los mismos resultados: los niños, a partir de los cuatro años de edad, ya no comen sólo por hambre hasta que logran saciarla, sino en función de la comida que hay disponible.

De hecho, hay estudios en los que los niños menores de cuatro años comen menos si hay demasiada comida disponible, como si se abrumaran, y los de más de cuatro comen más, aunque ya estén saciados, como si la comida les hiciera ignorar los síntomas de saciedad.

Uno de los estudios más replicados sobre la saciedad entre los niños tuvo lugar en Pensilvania, donde se formaron dos grupos de niños en edad preescolar, uno con niños de tres años y otro con niños de cinco. A todos ellos se le sirvieron macarrones con queso. El grupo de niños de tres años comió básicamente la misma cantidad con independencia del tamaño de la ración servida, pero el grupo de los niños de cinco años no. De hecho, el grupo de los 'mayores' comió significativamente más si la ración de macarrones era grande.

Estos hallazgos fueron reproducidos con idénticos resultados en China con raciones variables de arroz, verdura y proteína. Incluso los menores de cuatro años comían menos si se les exponía a raciones demasiado grandes.

A partir de los cuatro o cinco años, esta sensación de saciedad influida por el contexto funciona de una forma muy similar, como sugiere el popular experimento del plato de sopa sin fondo. En él, se sirvió sopa de tomate a unos comensales, a la mitad de los cuales se le sirvió en un plato en el que inadvertidamente se le habían instalado unos tubos por los que se rellenaba la sopa a medida que se consumía. Los de los platos sin fondo, a pesar de que aseguraron que no se sentían más llenos que el resto, habían consumido un 76% más de sopa.

El problema de las raciones grandes

Esta inclinación a comer más si hay más comida resulta problemática en una sociedad, sobre todo la estadounidense, en la que se fomentan las raciones cada vez más grandes. Desde las raciones de los restaurantes de comida rápida hasta el tamaño de los envases o de los propios productos, donde las galletas, por ejemplo, son cada vez más grandes.

Brian Wansik, un experto en nutrición y marketing, ha llevado a cabo infinidad de estudios en los que incluso manipula el tamaño de los utensilios para comer. Según sus conclusiones, no sólo comemos más si disponemos de raciones más grandes, sino también si disponemos de platos, copas u otros recipientes mayores.

Finalmente, el hambre y la saciedad tampoco parecen señales fiables si al comer estamos distraídos haciendo otras cosas, como ver una película. Por ejemplo, en un estudio con niños entre nueve y catorce años se demostró que no sólo comían más mientras veían la tele, sino que las cantidades más abundantes de comida no hacían que se sintieran más saciados.

Así pues, deberíamos dejar atrás el mantra de que el cuerpo es sabio y debemos comer lo que nos dicte y más bien mejorar las condiciones en las que comemos: raciones pequeñas, platos pequeños y centrarnos en lo que estamos comiendo sin demasiadas distracciones.

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