Puede que el único personaje inmune a los efectos de realidad sea Andrea, cegada por su atracción hacia el misterioso Gobernador. La que fuera una chica avispada y poco confiada, ha colocado sin quererlo una venda en sus ojos que le impide ver lo que tiene delante. Mientras su amante está tuerto, ella está completamente ciega. Es cierto que observa con aprensión todo lo que ocurre ante ella, pero acepta a la primera la palabra del Gobernador sin dudarlo.

No le importa que Woodbury sea un infierno y que su amante sea el mismo diablo (aunque ahora esté más justificado que nunca): Andrea se aferra a ese clavo ardiendo sin saber que su lugar está en otro sitio, no tan lejano. Y el espectador, cómo no, solo pide que de alguna forma se recupere a ese personaje que en otro momento fue tan interesante.

Glenn y Maggie, culpables de la invasión a Woodbury según el Gobernador, sí son otros que se miran con otros ojos, por ejemplo. Sin mediar apenas palabra, se evitan pensando que el trauma que tuvo lugar en las celdas del maníaco ha trascendido a ellos mismos. ¿Corre su relación peligro tras lo sucedido en el poblado?

Por otro lado, cuando Merle y Daryl Dixon cruzaron sus miradas de nuevo tras un largo tiempo no se dan cuenta de cuánto habían cambiado pero esa verdad no tardará en salir a la luz. El Gobernador, sádico como sólo él puede ser, quizás se imaginaba que las abruptas diferencias entre ambos serían suficientes para que pasara algo en ese combate a muerte en el que les coloca en última instancia, pero al fin y al cabo la familia es la familia: la sangre pesa y todavía (no sabemos si por mucho tiempo) ninguno de ellos está dispuesto a acabar con su propio hermano. Y aunque hayan cambiado, el peso de la familia es suficiente para que a la hora de dar el próximo paso, Daryl prefiera irse con su hermano de sangre que regresar con su otra familia, los supervivientes, que no está dispuesta a aceptar a la oveja negra de la familia Dixon, Merle, entre ellos.

Esta despedida, esperemos que no por mucho tiempo, pone en relieve la flaqueza de la 'ricktadura' (recordemos las palabras de Rick: "esto ya no es una democracia") impuesta por el otrora sheriff de mano de hierro. Las circunstancias están pasando factura a Rick, y el dejar marchar a uno de sus mayores activos es otro error que se suma a la inevitable espiral de autodestrucción del líder. Rick sigue pensando en el grupo y en la seguridad de los suyos, pero se equivoca terriblemente al establecer los límites de su comunidad: ¿es acaso Merle tan peligroso o es que Rick tiene miedo de que su dictadura corra peligro?

De vuelta en la cárcel, toca lamerse las heridas pero, especialmente, afrontar lo que les espera, ver las cosas desde otra perspectiva. No obstante, la tensión acumulada en torno al personaje de Rick hace que éste no sea el hombre más apropiado para liderar esta nueva etapa de nuestros personajes. De hecho, el ataque nervioso de Rick con el que cierra el episodio, tras sufrir alucinaciones en las que ve a su difunta esposa, estaba tardando en llegar.

¿En qué se convierte un hombre que carga sobre sus hombros las vidas de tantas personas en un mundo tan sombrío como éste? Indudablemente, sus seguidores observan atónitos cómo la figura de su líder se derrumba ante tanta tensión, haciendo incluso peligrar sus propias vidas. Sus decisiones son cada vez más vacías y peligrosas, y eso le pasará factura; al rechazar a Tyreese y a los suyos, ya le dice Hershel "estás equivocado, tienes que empezar a darle a la gente una oportunidad". ¿Tendrá Rick que apartarse del camino para que sus amigos tengan una oportunidad? Lo veremos en el próximo episodio.