"Arrow on the doorpost", que es como se titula el capítulo, presenta una pausa en la acción, un mecanismo narrativo clásico en el que el Bien se enfrenta dialécticamente al Mal, una tregua para que Rick y el Gobernador se miren a los ojos e intenten comprender al rival, identificar al enemigo y así desvelar al espectador el verdadero conflicto que subyace bajo tanta violencia.

Y resulta que este conflicto en realidad es una alegoría acerca de la Humanidad. En un primer plano encontramos a Rick buscando una solución pacífica, proponiendo la delimitación de territorios, la separación física de los dos grupos enemigos mediante la frontera natural que ofrece el río. Aquí es cuando el conflicto que ha venido enfrentando a los supervivientes en esta tercera temporada aflora claramente y toda esta violencia adquiere una nueva dimensión. Ya no estamos presenciando enfrentamientos puntuales entre grupos de supervivientes, estamos asistiendo a una guerra formal.

'The Walking Dead' no se caracteriza por ser una serie sutil, aunque tampoco es necesario generar una trama críptica y de espíritu elevado para establecer satisfactoriamente esa metáfora sobre los orígenes de la sociedad civilizada. De hecho, plantea una simplificación del conflicto hasta unos esquemas mínimos. A fin de cuentas, no es un ensayo histórico, sino una serie de zombis. Más que suficiente.

A esta conferencia de paz acude el mínimo personal y el capítulo aprovecha los paralelismos existentes entre los personajes para desarrollar su tesis con éxito. Tenemos a dos líderes enfrentados, manteniendo una ilusión de civilización, charlando sentados a una mesa, bebiendo whiskey, midiendo las palabras con cuidado, conscientes de que cualquier salida de tono o resbalón puede hacer naufragar la opción de paz.

Fuera, esperando la resolución de sus respectivos líderes, los soldados: Darryl y Martínez. Dos hombres de acción, ambos leales a su rey. En la única escena de acción del capítulo, unen sus fuerzas para combatir al pequeño grupo de Caminantes. Y ambos sintonizan, se ven reconocidos el uno en el otro. Tan sólo el azar les ha llevado a ser enemigos, tan sólo el hecho de encontrarse cada uno a un lado del río. De ahí la descorazonadora réplica de Martínez, en la que le dice a Darryl, con las palabras justas, que sólo hace falta una palabra de sus líderes para que, en lugar de compartir una masacre de zombis y un paquete de cigarrillos, se maten entre ellos.

Por otro lado, los intelectuales, los hombres de ciencia. De nuevo, sin sutileza, encontramos una escena entre Hershel y Milton, los consejeros del rey. Ambos conectan, sienten simpatía por el otro y realmente se encuentran por encima de los demás. Son capaces de ver con perspectiva histórica los acontecimientos, de ahí la inclusión de la libreta de notas de Milton, de los registros de la nueva Historia de la Humanidad. Un detalle potente y muy acertado para completar dicha alegoría de la civilización.

Mientras tanto, en el plano interno de los personajes, el capítulo aprovecha para desarrollar las motivaciones y los conflictos internos de los dos pesos pesados, Rick y el Gobernador. Ambos son personajes que batallan intensamente con la pérdida del ser querido. Rick, al principio tenso y desconfiado, se ve reflejado en el Gobernador, en su locura y su dolor. A ojos de Rick -y del espectador- el Gobernador se vuelve humano, vulnerable y con razones de peso para haberse convertido en la persona que es.

Rick y el Gobernador, las dos caras de la misma moneda, abriéndose como nunca se habían abierto a nadie, comprendiendo que su gran rival y antagonista es el único que puede comprender por lo que está pasando un líder en tiempos de guerra.

La inspirada realización del capítulo –con ángulos aberrantes y pronunciadas líneas de fuga en la composición del plano- y la excelente interpretación de Lincoln y Morrissey en sus escenas crean una atmósfera cargada de tensión, electrizante y, sobre todo, real.El capítulo finaliza sin enfrentamiento físico, lo cual es posible que genere una sensación algo frustrante, anticlimática, pero en realidad ha logrado aumentar la tensión, hacer una pausa necesaria antes del esperado estallido de violencia.

"Ahorrad balas para la verdadera amenaza", dice Andrea intermediando en la escalada de violencia. Pero a estas alturas ya sabemos que los Caminantes no son la verdadera amenaza. Nunca lo han sido, no más que un terremoto devastador, un tsunami o una erupción volcánica. ¿Acaso se detuvieron las guerras europeas en el medievo por alguna plaga o peste, por alguna hambruna o cataclismo? Lo único que le interesa al hombre, lo único que va a seguir haciendo tal cual lo ha hecho a lo largo de la breve Historia de la Humanidad, es la guerra.

La guerra es un rodillo devastador capaz de enfrentar a dos hombres que se comprenden sólo por encontrarse en distintas orillas de un río. La verdadera plaga es el Hombre. Así que hay que reservar esas balas para nosotros mismos.