Alberto Chicote se sienta en el comedor de ‘La Mansión de Navalcarnero’ para probar la comida del hotel-restaurante. Para empezar, la carta “es un despropósito”. Está impresa en una cartulina plastificada que “parece la carta de un bar de copas”.

Pide para degustar el menú un festival de croquetas, un bacalao y un arroz negro tradicional. Las croquetas son de jamón, bacalao y boletus y en el plato que le han puesto al chef son difíciles de comer. Al probarlas se da cuenta que “las han frito en aceite frío, las han sacado, las han frito otra vez y como estaban frías, las han metido en el horno”.

Fernando le pregunta si se las va a terminar, pero Chicote cree que es suficiente: “me gustaría disfrutar de una digestión cómoda durante el día de hoy”, comenta, mientras prueba suerte con el arroz negro. “No tiene mala pinta”, asegura antes de comprobar que está duro.

Para terminar, el camarero le sirve el bacalao. Un pescado rehecho una y mil veces” con bordes “secos, tiesos y sin jugosidad”. “Es malo no, lo siguiente”.