Los concursantes de Pekín Express tuvieron que comerse una sopa de criadillas de cabra con larvas (una delicatessen que aún ha llegado por nuestras tierras) para descubrir el destino final de la etapa. Los aristócratas fueron de los primeros en catar el manjar con cierta desgana. Se ve que los señoritos se han acostumbrado a la vida de champán y marisquito de Marbella, y ya no están dispuestos a conformarse con un gazpacho de huevos de cabra con gusanos, como cualquier persona de a pie. Estoy seguro de que les presentan el plato como “Cremoso de criadilla de monte sobre lecho de carpaccio de larva” en el Club Náutico de Puerto Banús, y dejan hasta propina.

El caso es que tras los aristócratas llegaron el resto de los concursantes a probar el menú y la mesa se convirtió en un concurso de arcadas que me hizo conocer las maravillas de la realidad virtual: cuando me di cuenta estaba dando arcadas yo también. El hilillo de baba marrón cayendo de la boca de Sonia a cámara lenta aún se pasea en forma de flash por mi cabeza. Durante cinco minutos, Pekín Express se convirtió en una mezcla entre Jackass y A Serbian Film.

Comentarios escatológicos aparte, la etapa tuvo todos los elementos de Pekín Express: su Nabil haciendo ‘un calvo’ y su Pepe perdiendo los nervios. Esta vez probablemente con motivo, suponemos que el hombre recordó que se estaba perdiendo El Rocío. Nos dejó también la despedida de las pulpeiras (que no pudieron contrarrestar su hándicap), la pérdida del buen rollo entre concursantes y dos frases célebres para los anales del programa:

“Ha sido la etapa más dura psico… psiqui… mentalmente”. (Pepe).

“Mi madre dice que conmigo no tiene ni para comprarse bragas, le voy a comprar 5.000€ en bragas”. (Nabil)

Nos vemos la semana que viene en Pekín Express, el único programa donde dos pulpeiras gallegas y un indio disfrazado de tigre pueden compartir un taxi.