Cada año nos deshacemos de 160 millones de kilos de ropa. La mayor parte, en junio y octubre. La ropa de la que nos desprendemos no va a la basura, sino a contenedores situados en lugares estratégicos: puertas de grandes centros comerciales, colegios, etc.

La competencia por la ropa usada ha saturado las calles de contenedores con mensajes solidarios: “Ayúdanos a ayudar”, “Cooperación y ayuda al desarrollo”, “Por un mundo mejor”, “Un poco tuyo hace mucho”… Gana quien más conmueva.

Decidimos comprobar dónde va realmente la ropa que tiramos. Hacemos guardia frente a un contenedor, y comprobamos que esa ropa no acaba en manos de ninguna ONG. La ropa usada es tan rentable que 10 contenedores dan para vivir a 15 personas.

En Madrid sólo hay una empresa autorizada a instalar este tipo de contenedores, que paga al Ayuntamiento 50 euros por cada tonelada que recoge. El resto están fuera de la ley. Las multas por colocarlos pueden superar los 1.000 euros. El beneficio de la ropa usada permite pagar las multas y además ganar dinero.

Localizamos el almacén donde el dueño de los contenedores clasifica su tesoro antes de ir al mercadillo. En su nave descansan decenas de contenedores que él mismo fabrica, listos para salir a la calle y seguir cosechando ropa solidaria.