En primer lugar conviene distinguir entre los partidos políticos de ultraderecha, que son los que defienden este tipo de ideas  de forma más o menos democrática, y los radicales violentos,  que son los que las defienden a patadas, como los animales.  Hoy hablaremos solamente de los primeros.

En España, ningún partido de extrema derecha tiene representación política, ni en el ámbito nacional, ni en el autonómico. Para ellos, todas las citas electorales pintan bastos. De hecho, su aportación a la democracia se reduce a 85 concejales de los casi 70.000 que hay en España, y tal vez sea mejor así.

Aunque sean pocos, conviene saber de qué palo van, por si en unas elecciones por error cogen una de sus papeletas. Si bien los partidos de derecha son más de fomentar la copla y el pasodoble, sus idearios son heavy metal. La demagogia es su punto fuerte. La economía, el débil. Ese es el aspecto en el que más plantean sus programas.

Casi todos ellos se definen contrarios al estado de las autonomías y lo contraponen a la unidad de España, su utopía. Por supuesto, a la Constitución le harían unos cuantos de retoques: nos sacarían de la OTAN y hasta de la UE, rechazan el matrimonio homosexual, condenan el aborto  en todas sus versiones y promueven el catolicismo.

Son creacionistas, y que a nadie se le ocurra decir  que el hombre viene del mono. Según ellos, del mono sólo vienen los inmigrantes. Porque ese es su "leitmotiv" común: la xenofobia. Según la ultraderecha, los inmigrantes tienen la culpa del alto nivel de paro y del alto precio de la vivienda, por lo que proponen demencias como repatriaciones de los excedentes de inmigración.

No sé si habrán pensado que, si de España hay que echar  a los no españoles, a los españoles que están fuera habrá que traerlos  de vuelta y estaremos en las mismas. Eso sería lo lógico en su planeta, el de la ultraderecha española que, a día de hoy, es como la pequeña aldea de Astérix  y Obélix, una antigualla sólo visible al microscopio. Definitivamente, están locos estos personajes.