Felipe V ocupó el trono que dejó calentito Carlos II al morir, gracias a que lo enchufó su abuelo, el rey Luis IV de Francia. A varios países de Europa, entre ellos Gran Bretaña, este 'dedazo' les pareció un real cachondeo, y sacaron la cara por el archiduque Carlos de Austria. Total, que se armó un buen 'pitote' que duró hasta 1713, año en que llegó la paz con la firma del Tratado de Utrecht.

En el texto se estableció que el rey español, Felipe V, cedía a perpetuidad a los británicos la ciudad de Gibraltar, así como su castillo, su puerto, sus estancos y sus defensas y fortalezas, a cambio de que dejaran de dar la tabarra con el tema de la sucesión, y con el requisito de que prohibieran a moros y judíos comprarse una casita en el Peñón. Por lo tanto, volviendo al presente, hasta que los británicos no renuncien a ello, parece que Gibraltar seguirá siendo suyo y no español.

El problema ahora está en las aguas. Como en el Tratado de Utrecht no se decía nada de una zona de aguas territoriales de Gibraltar, a lo largo de la historia cada país ha interpretado lo que le ha convenido. Según España, las aguas de Gibraltar son españolas y punto en boca. Según los británicos, no hay costa 'seca' y, por tanto, hasta 3 millas (o antiguamente, hasta donde alcanzara la bala de un cañón), el agua es suya y pueden tirar bloques de hormigón, y hasta la hormigonera entera si les apetece.

Sea como sea, la mejor opción sería declarar el Peñón británico y también español, porque últimamente todos somos un poco gibraltareños. O, por decirlo de otra forma, estamos 'haciendo el mono'.