En las manifestaciones era frecuente ver a Luis Montes intentando contener las lágrimas. Llevaba años luchando para que la muerte digna fuera un derecho y no una carambola y que el final fuera más o menos doloroso no dependiese de la sensibilidad del médico.

El sabía que ese deseo chocaría contra un muro, pero nunca se imaginó que por aquellas convicciones tendría que cambiar las urgencias por los tribunales. Ese fue su momento más duro, como cuenta uno de sus amigos.

Una denuncia anónima en 2005 abrió la veda y la Consejería de Sanidad de Madrid, capitaneada por Esperanza Aguirre, le acusó de más de 400 sedaciones irregulares de pacientes terminales. Empezaba así una cruzada de tres años, manifestaciones incluidas, hasta que la justicia le exculpó completamente de cualquier responsabilidad en las muertes.

Desde entonces luchó porque cada cual decida cómo morir aún a costa de convertirse en un blanco viviente cada día. Marciano Sánchez-Bayle, presidente de la Asociación para la defensa de la Sanidad, cuenta que en algunos momentos le increparon cuando iba por la calle.

Ahora, conocidos y anónimos se vuelcan en las redes y se están recogiendo firmas para dedicarle una calle en Leganés. Además, incluso le aplauden en esa Asamblea de Madrid que tanto le estigmatizó, aunque el aplauso que para él contaba no habitaba el país de las moquetas, sino el de las sábanas de hospitales públicos en las que muchos siguen sufriendo en silencio.