La tradición dice que sólo los almonteños pueden saltar la reja para llevar a la virgen y la tradición también dice que cada vez son más impacientes. Dentro, un hombre se desgañita pidiendo que esperen, le coge la cara a un hombre, que a punto está de soltarle la mano. Nunca el lenguaje corporal habló tan claro.

No es fácil esperarse. Entre que tú te subes y por detrás de empujan pasa lo que pasa. Alguien cae dentro y empieza el efecto dominó. Se tiran, literalmente, de cabeza. Lo importante es entrar, cómo caigas dentro es secundario.

Una vez en la calle empieza otra pelea, la de llevar a los niños a que toque a la virgen. A ellos, que no entienden, ilusión, de momento no les hace mucha. Después de tocar a la virgen, la pequeña Lola ni se inmuta, aunque su padre llora. Lola ha aprendido que las lágrimas no siempre son de tristeza.

Son las cosas de El Rocío, algo que no se puede explicar. Una mezcla de sufrimiento y alegría, la expresión pura del dolor con una sonrisa.