Mamoudou no se atreve ni a mirar a un presidente que se rinde ante él: de buscarse la vida cada noche para encontrar un albergue a sentarse en el sillón de los jefes de Estado. "No pensé en nada, simplemente crucé la calle y le salvé", explica.

No tuvo tiempo de tener miedo: Mamoudou vio al niño y sin protección ni ayuda, sin red ni cuerdas trepó piso a piso a pulso con una agilidad que dejaría boquiabierto a un acróbata. Sólo pensaba que el niño podía caer. En 22 segundos llegó hasta un pequeño de cuatro años al que habían dejado solo y cuyo padre tendrá que responder ante la justicia.

Sólo cuando vio a salvo al pequeño Mamoudou pensó en él mismo: "Cuando llegué al apartamento me puse a temblar". Las redes han ardido para exigir que le den la nacionalidad, un clamor al que Macron no ha podido negarse.

Mamoudou ha recibido un certificado de valentía, como si hiciese alguna falta, y otros papeles, los que siempre anheló cuando se septiembre llegó a Francia, los de residencia.

También colaborará con los bomberos de París, un sueño para un hombre que, como buen inmigrante, sabe muchos de acrobacias visibles e invisibles.