El símbolo del Holocausto: más de un millón de personas fueron asesinadas en Auschwitz, nueve de cada diez eran judíos. Hombres, mujeres y niños malvivían hacinados en barracones, al borde de la inanición. Les decían que el trabajo les haría libres pero estaban allí para ser exterminados.

Unos horrores que quedaron prácticamente impunes. Después de Nuremberg, Alemania quiso pasar página. El juicio y ejecución de Adolf Eichman, uno de los arquitectos del Holocausto, es una excepción. Como los juicios de Frankfurt a 22 oficiales de las SS por sus crímenes en Auschwitz. Una justicia limitada. Había que demostrar la responsabilidad un delito concreto contra una persona en particular.

Todo cambió en 2011 con John Demjanjuk. Fue condenado a por complicidad en el asesinato de más de 28.000 judíos por su trabajo en el campo de Sobibor, nunca llegó a pisar la cárcel. Pero su caso sentó un precedente. Permitió abrir procedimientos contra 30 antiguos guardias de Auschwitz.

"Todos los que trabajaban en el campo eran parte del programa de exterminio y mantenían en funcionamiento la maquinaria de Auschwitz", explica Jens Rommel, de la Oficina de investigación de crímenes del Nacionalsocialismo.

Fue el argumento para condenar a Reinhold Hanning, uno de los guardias del campo. En su juicio pidió perdón a unos víctimas que reclamaban la verdad.

"Debería haber contado más, para que las generaciones actuales sepan lo que pasó en Auschwitz", insistió Leon Schwarzbaum, superviviente de Auschwitz.

Hanning tampoco llegó a entrar en prisión. Sí deberá hacerlo Oskar Gröning, más conocido como el contable de Auschwitz. Era quien requisaba, contaba y enviaba a Berlín el dinero de los presos. Fue condenado a cuatro años de cárcel por complicidad en el asesinato de 300.000 judíos. Demasiado poco, dicen las víctimas, y demasiado tarde.