El caso del Valle de los Caídos es singular. "Los dictadores de las dictaduras europeas no tienen mausoleos públicos como lugares de memoria que además forman parte del Patrimonio Nacional mantenidos con dinero público", explica Jordi Guixé, director del Observatorio Europeo de las Memorias.

Los restos de Salazar, Ceaucescu y Mussolini están en cementerios civiles y panteones familiares. Tampoco hay mausoleos de dictadores en América Latina. El argentino Videla está enterrado en Buenos Aires bajo una lápida con nombre falso. Pinochet fue incinerado y sus cenizas entregadas a su familia.

"Somos, en ese sentido, una especie de anomalía democrática. Un trato como el que ha tenido Franco aquí lo tienen países donde todavía hay regímenes totalitarios como Corea del Norte", denuncia Emilio Silva, presidente de la Asociación para la recuperación de la Memoria Histórica.

El abuelo y el padre del actual líder norcoreano tienen un mausoleo, como Mao en China. Stalin dejó de estar en el de Lenin en 1961. La noche de Halloween sacaron sus restos de allí para llevarlos frente al muro del Kremlin, un lugar de peregrinación para sus seguidores. Aunque lo mismo pasa con los fascistas en la cripta de Mussolini. Allí hay, incluso, tiendas de souvenirs.

"Hay una especie de fetichismo con el cadáver. El cadáver es lo que genera mucha más atracción, incluso veneración, en grupos de extrema derecha, nostálgicos...", detalla Guixé. En el caso español es clave, además, la presencia en el Valle de represaliados del franquismo. "Es otra cosa casi perversa, porque muchos cuerpos fueron secuestrados sin permiso de las familias", lamenta Silva. Es otra característica que hace único al Valle y a Franco, el único dictador que está enterrado junto a víctimas de su dictadura.