El año 2017 ha sido el año con más hectáreas arrasadas en el último lustro y el segundo peor del decenio, solo superado por 2012, según datos del Ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente (MAPAMA), que señala que entre el 1 de enero y el 30 de noviembre han ardido un total de 176.587 hectáreas, casi el doble de la media de los últimos diez años. Así, hay que retroceder hasta 2012 para hallar un año con más hectáreas quemadas, cuando ardieron 216.546 hectáreas en el mismo periodo.

Por número de siniestros, sin embargo, el año 2017 es el cuarto del decenio con más fuegos, por detrás de 2011. Esto supone que en menos fuegos se han quemado más hectáreas. De hecho, 8.496 de los siniestros de este año fueron conatos, con menos de una hectárea afectada; 5.049 fueron incendios, de más de una hectáreas y de estos, 53 fueron grandes incendios en los que ardieron más de 500 hectáreas.

2017 se convierte en el peor del decenio en cuanto a grandes incendios forestales (GIF) con 53 de estos siniestros, un 64,15% más que la media de los últimos diez años y un 29,27% más que en 2012, el peor año por hectáreas arrasadas, en el que se registraron 41 GIF. En total, el fuego ha afectado en lo que va de año al 0,63% del territorio nacional, más del doble que la media del decenio, con el 0,31% afectado.

Por tipo de superficie, el 37,22% de las hectáreas quemadas eran de superficie arbolada, el 56,65% eran matorral y monte abierto y el resto, 10.893 hectáreas de pastos y dehesas. En cuanto a la distribución geográfica, algo más de la mitad de siniestros el 52.38% se produjeron en el noroeste. Mientras, el 74,54% de la superficie forestal quemada ardió en el noroeste, es decir que tres cuartas partes de la superficie forestal se quemaron donde se registraron la mitad de los fuegos; el 10,38% de la superficie arbolada se quemó en el Mediterráneo.

En este contexto, la ONG Greenpeace lamenta las cifras y advierte de que los episodios vividos este año en Portugal, Galicia o California "ya no son una excepción sino una emergencia social y medioambiental" porque el cambio climático "ha desdibujado las estaciones" y denuncia que el plan de extinción tradicional está obsoleto. Greenpeace lamenta que además de la impotencia y la consternación por la pérdida de espacios naturales de gran valor y animales calcinados perecieron cuatro personas y cientos perdieron sus hogares.