El papa desveló algunos detalles de una visita que llevó a cabo en circunstancias particulares, al responder a las preguntas de los medios de comunicación que viajaron con él en este periplo.

Una visita en medio de la brutal persecución de los rohinyá por parte de Birmania y de la emergencia humanitaria que se vive en Bangladesh ante la llegada desde agosto de más de 600.000 desplazados.

A ello se sumó la petición por parte de la Iglesia católica en la actual Myanmar de no pronunciar el término rohinyá, una etnia no reconocida en este país, porque podría suscitar reacciones violentas por parte de las franjas más extremistas de los diferentes sectores del país. Francisco explicó que mas allá de cualquier palabra, para él lo importante era el mensaje y consideró que había llegado.

"Consideré que si en el discurso oficial hubiese dicho esa palabra, era como dar con la puerta en la narices, pero yo describí las situaciones, hablé de derechos, de que ninguno quedase excluido, de ciudadanía, y así permitirme después en los encuentros privados ir mas allá", confesó.

Aseguró, además, que quedó "muy satisfecho" con todas las conversaciones que mantuvo. "Todos recibieron el mensaje. Y yo no he oído ninguna crítica, quizá las haya, pero no la he oído", subrayó.

Al respecto de su controvertida reunión con el comandante en jefe del Ejército de Myanmar, Min Aung Hlaing, considerado el responsable de los brutales ataques contra esta minoría en el estado del Rakáin, sostuvo que él se entrevista con todos los que se lo piden "porque cerrando puertas y con la agresividad se impide el diálogo y el mensaje no llega".