La CIA lo llamaba 'caja de confinamiento'. Las más grandes
eran como un ataúd, las pequeñas, de medio metro por 70 centímetros y ahí
metían a los detenidos en la guerra contra el terrorismo.
Es sólo una de las torturas utilizadas tras el 11-S y que
fueron avaladas por médicos que asesoraban a la CIA y así figura en los
documentos hechos públicos por la agencia. También revelan que Estados Unidos
ocultó deliberadamente a la Cruz Roja la existencia de estos detenidos y
pretendían hacerlo de por vida.
Muchos de ellos acabaron en las llamadas 'cárceles negras'
de la CIA, centros de detención clandestinos fuera de Estados Unidos. En ese
entramado desparecieron decenas de personas. Sólo consta la muerte de una de
ellas: Gul Rahman. Ahora se sabe que murió de hipotermia tras pasar toda una
noche atado de pies a manos, desnudo de cintura para abajo, en el patio de una
de esas cárceles en Afganistán.
Una cuarta parte de los detenidos lo fueron por error, como
el alemán Khaled Al Masri. Le confundieron con otra persona y fue torturado
durante cinco meses. "Me esposaron, me taparon los ojos y me golpearon por
todas partes". Según los documentos, no fue liberado hasta dos meses
después de que la CIA supiera del error. Él como otros torturados llevan años
pidiendo justicia.
Pero el único condenado por el programa de torturas fue
quien desveló su existencia. John Kiriakou, agente de la CIA, pasó dos años en la cárcel, pero ninguno de
los torturadores ni de los ideólogos de este macabro programa ha sido
castigado.