Donald Trump ha inaugurado campos de golf, hoteles, casinos y ha presentado su vino y su propio vodka, a pesar de ser abstemio. Tiene lazos empresariales en el sector textil, cárnico, incluso una pista de hielo.

Una lista casi interminable de negocios si se tiene en cuenta que la organización Trump aglutina más de 500 empresas. A más de la mitad le ha puesto algo que tanto le gusta: su apellido, que luce con orgullo en su helicóptero y avión.

Es el presidente de oro, el más rico de la historia que se sentará en el despacho oval. El próximo 15 de diciembre quiere desvincularse y evitar cualquier conflicto de interés. Para ello, delegará en sus hijos, aunque estén formando parte del comité ejecutivo para la transición. A Ivanka se la pudo ver en la reunión con el primer ministro japonés.

Él mismo ya mezcló campaña con promoción cuando inauguró a 12 días de las elecciones su hotel en Washington. No esconde la ostentosidad que le rodea; es más, alardea de ello.

Ocupa el puesto 156 en la lista Forbes y tiene un patrimonio valorado en 3.700 millones de dólares repartido en más de una veintena de países que es difícil de contabilizar.

Ahora está por ver el grado de distanciamiento con sus negocios. Más allá de los activos, el problema pueden ser los regalos y préstamos. La lupa presidencial se ha puesto en marcha y mucho se tendrá que desvincular si quiere evitar un juicio por conflictos de interés.