En plena primavera árabe parte de Siria se levanta. Quieren acabar con cuatro décadas de dictadura de la familia Assad.

Seis años después, el presidente sirio no sólo sigue en el poder, sino que parece aún más lejos de abandonarlo.

"Hay un agotamiento por el lado de las partes que han librado un pulso y parece que el que tiene todas las de ganar es el régimen de Bashar al Assad", explica Ignacio Álvarez-Ossorio, coordinador de Oriente Medio y Magreb de la Fundación Alternativas.

Con el apoyo de Rusia e Irán, el régimen se ha impuesto sobre el terreno. Controla la parte occidental de Siria, la más poblada, y ha desplazado a los opositores a sus feudos de Idlib al norte y Deraa al sur. El resto del país se lo dividen las tropas kurdas y los terroristas de Daesh.

Assad gana la batalla militar y la política. Tanto Europa como Estados Unidos prefieren lo malo conocido.

"Bashar Al Assad ha quedado convertido en el mal menor, en la medida en la que se considera que cualquier posible alternativa a su poder sería todavía más contrario o menos sensible a los intereses occidentales", asegura Jesús Núñez, codirector del Instituto de Estudio de Conflictos y Acción Humanitaria.

"EEUU tras la llegada de Trump empieza a verlo como un aliado en su lucha contra el Daesh. Incluso, le hizo la oferta de facilitar el despliegue de tropas norteamericanas para atacar el bastión del Daesh, Raqqa", señala Ignacio Álvarez-Ossorio.

El asalto a la capital siria del Califato parece inminente. La caída de Daesh no será rápida, pero incluso cuando se produzca, seguirá habiendo violencia.

"Más allá de la zona occidental del país, donde el régimen tiene capacidad para poder imponer su dictado, seguirá habiendo muchos rescoldos de violencia durante mucho tiempo", recuerda Jesús Núñez.

Un futuro negro para el pueblo sirio que es el que más ha perdido en esta guerra.