Fue el dolor hecho canto, porque Chavela Vargas sufrió mucho. El rechazo y el abandono de sus padres hizo que se marchase de su Costa Rica natal a México, el país que siempre la había llamado. Cogió su esencia, le sumó su llanto y cantó y bebió. Y como ella misma decía, "no no era una borracha de una copita, yo me bebía la botella entera". Porque en una sociedad misógina y homófoba tuvo que "fumarse y beberse todo, como la más macha entre los machos mexicanos".

Aunque en su juventud nunca dijo que era lesbiana, le robó las mujeres a políticos e intelectuales mexicanos. Contaba Chavela que en la boda de Elisbeth Taylor todo el mundo se acostó con todo el mundo y ella amaneció con Ava Gardner. Y que Frida Khalo le dijo que no podía atarla a sus muletas ni a su cama y la dejó marcharse. Porque para Vargas "el amor tenía que ser corto, porque el olvido es muy largo".

Por conquistar, sedujo hasta a la mujer del dueño de la discográfica en la que trabajaba. El castigo fue severo: Chavela Vargas vendía miles de discos, pero no vio ni una moneda. El abandono volvió: se abandonó a sí misma y se dedicó a beber y a disparar con su pistola incluso a la gente a la que quería. Despareció 15 años, en los que la dieron por muerta hasta que dejó de beber.

Después llegó Madrid y Almodóvar, que relanzaron su música y volvió a llenar teatros. Comenzó a sentirse orgullosa de ser lesbiana, a reconocerlo y a convertirse en bandera de la lucha por los derechos de los homosexuales. Una vida entre la leyenda y la realidad, aunque ella dijo que los borrachos y los poetas nunca mienten. Y Chavela tuvo mucho de las dos cosas.