Parece una simple máquina de escribir, pero fue uno de los secretos mejor guardados por los nazis. Para el ejército de Hitler, esta máquina era clave en su estrategia. “[Los nazis] pensaban que el modelo ‘Enigma’ era inviolable. Estaban convencidos de ello”, cuenta Andrés Sánchez, miembro de la Brigada de Caballería del Ejército de Tierra.

Por eso, descifrar el código secreto tras la máquina ahorró, según los expertos, tres años de guerra. Es aquí donde entra en escena el genio matemático Alan Turing, creador del primer ordenador de la historia.

Él fue quien averiguó el código de esta máquina, y del que ahora se cuenta su gran hazaña en la película ganadora del premio del público en el Festival de Cine de Toronto.

El padre de la informática dio con las claves de una máquina tan sencilla como difícil de desencriptar. Porque cada vez que se pulsaba una tecla, se iluminaba otra totalmente distinta.

Es decir, los nazis escribían mensajes normales, pero la máquina cambiaba cada letra por otra diferente. Hacía falta otra máquina y el libro de claves para averiguar el resultado.

Con este descubrimiento, Turing salvó muchas vidas al descifrar la máquina. Sin embargo, el matemático fue condenado por ser homosexual, y el héroe sufrió más castigo que premio.

Le sometieron a una castración química, lo sumieron en una depresión brutal y acabó suicidándose. Apareció un día muerto en su cama con una manzana impregnada de cianuro a la que le había dado un mordisco”, explica Ricardo peña, catedrático de la Facultad de Informática de la Universidad Complutense de Madrid.

Una extraña muerte que muchos informáticos relacionan con un conocido logo comercial: el de Appel, que incluye este mordisco y que tenía en su diseño original un posible guiño gay con los colores de la bandera del arcoíris.