Hasta esta última parada de la gira "Salud y rock & roll", en un WiZink Center abarrotado y con todo el aforo liquidado desde hace días, el catalán ha ofrecido más de 140 conciertos, muchos de ellos también con todas las localidades vendidas, como el que ofreció en 2016 en la plaza de toros de Las Ventas en esta misma ciudad.

Es solo una muestra del gran momento de forma que atraviesa José María Sanz (Barcelona, 1960) a una edad a la que algunos empiezan a pensar en la prejubilación, mientras él recibe reconocimientos institucionales (Medalla de Oro al mérito en las Bellas Artes) y firma los primeros números 1 en ventas de su vida.

El orgullo por su último álbum se percibe en la fuerza con la que sopla en su repertorio desde el inicio mismo, cuando ha sonado la titular "Salud y rock and roll" a las 21:10 horas y la estrella se ha plantado sobre el escenario con una chaqueta de cuero, el mismo material del disco que le entregaron para acreditar los tres millones de copias vendidas de sus álbumes en todos estos años.

En apenas 30 minutos de concierto, en los que aún ha dado tiempo a escuchar la amarga "El mundo que conocimos" (con su icónico estribillo "¿dónde estaba, dónde fue la España que perdimos?"), ha sumado hasta 7 canciones hiladas sin resuello, con una energía meteórica que no ha cesado ni para lanzar un "hola, Madrid".

No ha sido en realidad hasta después de erigirse una vez más como el auténtico "Hombre de negro", entre vasos de cerveza izados al aire, cuando ha lanzado sus primeras palabras, que han sido de recuerdo para el recientemente fallecido Johnny Hallyday, el "Elvis europeo".

Con "Brillar y brillar" y toda la banda reunida en primera línea bajo una iluminación tenebrista ha abierto otro capítulo que ha permitido saborear la música con otras pulsaciones, un capítulo que ha brillado después con "El rompeolas", también de su época en Trogloditas, revitalizado gracias a un spot de televisión.

A partir de ahí, el recurso a algunos de los temas más granados de esa primera época de su carrera ha propulsado de nuevo el concierto, envolviéndolo de toda la mística roquera, con un baño de masas incluido en el que ha estrechado manos con el público y piezas explosivas como "La mataré" y "El ritmo del garaje", en esta noche en la que por miles "los gatos aullaron a gritos esta canción".

"No sé qué coño decir", ha reconocido entonces este deslenguado artista al que resulta harto difícil dejarle sin réplica. El concierto bien podría haber acabado entonces, en un estado aún eufórico tras su versión del clásico de Alaska y Dinarama "El rey del glam", pero lo que ha llegado ha sido solo el receso para un segundo bloque igual de extenso que ha convertido el concierto en una orgía de 2 horas y media y 32 canciones.

De ese paso del ecuador cabe destacar su tributo a Lone Star ("Mi calle"), así como un festivo "Quiero un camión" con sabor rockabily, con el que ha vuelto a pisar el acelerador en una carrera desbocada sin más vuelta atrás que la de celebrar su propia leyenda con "Feo, fuerte y formal", "Rock & Roll Star" y su versión de "Qué hace una chica como tú en un sitio como este", de Burning.

Bonita idea final, sea casual o premeditada, la de tender un puente entre Barcelona y la capital española, entre la ladera del Tibidabo en el que "una rubia" fue a probar el asiento de atrás de su imprescindible "Cadillac solitario" y su paseo por "Las calles de Madrid", donde esta noche una vez más las mujeres (y los hombres) se negaron a crecer y El Loco "mató al silencio".