Una veces, Marcelino contaba que llegó como aprendiz de sastre, otra veces que un león de un circo estuvo a punto de comérselo y cuando la troupe llegó en su auxilio él comprendió que aquél era su lugar en el mundo.

La fama no tardó en llegar para Marcelino. El payaso aragonés se ganó su entrada a los grandes teatros de Londres y Nueva York. Los periódicos alababan sus funciones.

Cuando llegó a Nueva York, se instaló en el 'Hippodrome', un teatro recién construido en la Sexta Avenida, concebido para albergar el mayor espectáculo de variedades jamás visto. Víctor Casanova, autor de 'Marcelino. Muerte y vida de un payaso', explica que "Houdini actuó en él, Marcelino también, había ballets, pantomima y una piscina en el medio".

Cada día llenaba dos funciones de 5.000 espectadores cada una. Buster Keaton llegó a decir que el payaso Marcelino había sido el mejor payaso que había visto nunca. También Charles Chaplin, lo mencionaba como una de sus primeras referencias.

El cine se volvía cada vez más popular y el alegre payaso quiso adaptarse a los nuevos tiempos probando suerte ante la cámara. Esta vez no tuvo éxito. La industria del celuloide era imparable y a medida que aumentaban los espectadores en las salas de cine menos entradas vendía Marcelino, a quien un día no le quedó más remedio que quitarse la peluca y el disfraz.

Sin el atrezo del circo, lejos de su casa y ya sin dinero, el payaso se dio por vencido ante el cañón de su revólver. Casanova muestra el lugar en el que el payaso se suicidio: "Fue en una habitación de hotel donde Marcelino decidió una tarde del 5 de noviembre de 1927 quitarse la vida".

La noticia de su muerte llegó a las portadas de los periódicos: 'El príncipe de los payasos se suicida' y así fue como Marcelino recuperó, aunque efímera, la fama que tanto echaba de menos.