En 2015, 105 países -de los 187 de los que recogió estimaciones la OMS sobre unos 196 existentes- no alcanzaron el porcentaje de inmunización necesario para formar un escudo capaz de frenar la transmisión del sarampión, la llamada inmunización de rebaño. Es decir, en más de la mitad de los países del mundo no vacunaron de la primera dosis de esta enfermedad, al menos, al 95% de los niños a los que les tocaba por edad. Y es que el sarampión, con una propagación fácil y rápida, necesita porcentajes muy elevados de población inmunizada para crear esta barrera protectora.

Vacunar al 95% de la población no solo evita que el sarampión se extienda cuando hay un brote, sino que, al frenar la transmisión, protege a aquellos que más lo necesitan: quienes no se pueden vacunar (bebés que no alcanzan la edad suficiente o personas inmunodeficientes, con alergias a los componentes de las vacunas u otros problemas de salud). Gracias al efecto rebaño, ellos también están protegidos. Un brote ocurrido en 2016 en Rumanía, que acabó con la vida de bebés menores de un año -que no habían alcanzado la edad de vacunación- mostró las consecuencias de no alcanzar esos porcentajes y tener el escudo a punto.